Una etapa desconcertante para padres e hijos

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Educar es asistir activamente a un proceso de emancipación. Mal que nos pese, tenemos hijos para que se vayan de casa. Y en ese proceso evolutivo en el que van adquiriendo sus parcelas de autonomía se van produciendo rupturas respecto a los padres.

La edad del pavo es frecuentemente el momento en que ese choque generacional es más espectacular y, en ocasiones, más difícil de comprender para los padres y más dolorosa para los adolescentes.


Partamos de lo obvio: los hijos no vienen con libro de instrucciones, y cada uno es un ser único e irrepetible que, para ser comprendido, requiere de sus padres y hermanos mucha paciencia, capacidad de escucha y dotes de observación.
El ser humano tiene una triple densión: biológica, psicológica y social. Y en el adolescente se producen repentinamente cambios en las tres densiones, lo que causa el desconcierto del propio joven y de su familia. Aunque la transición de la niñez a la edad adulta pueda durar muchos años, la edad del pavo suele venir acompañada de un cambio de carácter, a veces profundo.


Comienza el adolescente percibiendo una apariencia física diferente: los rasgos infantiles dejan paso a un cierto desgarbo y desproción en las formas corales, surge el vello, la maduración de las gónadas sexuales da lugar a las preras menstruaciones en las chicas y a las preras eyaculaciones en los chicos. De pronto, los niños se topan con un cuerpo extraño y deben acomodarse a la nueva circunstancia: se ven “metidos” en una anatomía casi adulta que les resulta ajena y les inquieta sobremanera.


El cuerpo se convierte en algo nuevo, que debe ser minuciosa y constantemente observado: las sesiones de espejo se hacen interminables, cualquier cambio espinillas, vello, cambio de voz en los chicos, la menstruación y el creciento de los senos en las chicas se convierte en un contratiempo y comienzan las reflexiones y, a veces, los incesantes cuidados corales para aceptarse uno mismo y para ser bien visto los demás.


En esta edad, distinguirse de los demás no es normalmente un objetivo. La mayoría de los adolescentes, en esta fase de la edad del pavo, se muestran rebeldes a las consignas pero obedecen sumisamente los dictados de la moda juvenil más convencional.


Con el sexo hemos topado

Con la maduración sexual, surge la atracción el otro sexo. Es un momento que se vive muy atribuladamente y se percibe como un descubriento espectacular. Con la evolución de las costumbres, se han modificado las conductas adolescentes respecto al sexo. Ahora, ellas también toman la iniciativa. Los modos y estrategias de seducción son más abiertos y directos, y se activan tanto los chicos como las chicas. Este descubriento de la sexualidad conduce a la exploración del placer que produce practicarla, a solas o en compañía.


Hoy, pocos adolescentes ven el sexo como algo perverso o pecaminoso. Se esconden casi lo mismo que lo hacían sus mayores, pero no temen tanto la práctica del sexo. Para los padres, la actividad sexual de sus hijos adolescentes es, ante todo, un problema: de conciencia moral (“pero si son tan jóvenes que…”), de estilo (“en nuestra época, el sexo era una cosa más romántica, más elegante…”) y, fundamentalmente, de riesgo (“mira que si la dejas embarazada” o “si te quedas encinta, qué harías con un niño a los 17 años”). Pero para muchos adolescentes, el sexo es una aventura apasionante la que merece la pena asumir ciertos riesgos. Esta manera tan divergente de vivir la sexualidad frena la plantación de una educación sexual eficaz para los niños. Prohibir drásticamente o anatematizar las relaciones sexuales propicia que las realicen con conciencia de culpa, que no soliciten la información necesaria y que corran riesgos perfectamente evitables, como las enfermedades contagiosas y el embarazo no deseado.

 
Tanto educadores como padres debemos procionar a los adolescentes informaciones claras y completas, prando, en su caso, la recomendación de un sexo consciente, responsable, seguro y placentero. La edad del pavo es una fase en que, otra parte, los jóvenes necesitan comprobar las posibilidades y habilidades de lo que perciben como nuevo continente físico, su propio cuerpo. Por ello, la práctica de detes es particularmente aconsejable en esta edad.


Qué pasa en esa cabecita

En el adolescente, la procesión va dentro: su psique, sus emociones, son un hervidero de problemas, inseguridad, dudas y contradicciones. No sabe quién es ni lo que quiere, se ve inestable en sus propósitos. Y, en sus conductas visibles, reacciona de una forma sorprendente: se muestra cabezota, obstinado en las discusiones, lleva la contraria casi sistema, habla poco y cuando lo hace es mediante susurros; o, lo que es peor, a gritos, como quien está seguro de todo y acaba de descubrir la verdad de las cosas. Discute sólo para ganar, para hallar en la lucha dialéctica esa firmeza de la que carece.


Necesita “matar al padre”, derrocar la autoridad. Por eso es contestario, rebelde sin causa. Pero cree que sólo esa ruptura traumática le va a conducir a la emancipación. Con esa oposición sistemática están reivindicando ante los adultos el “yo no soy tú”. Necesitan ser autónomos y que se les reconozca como independientes en algunas cuestiones. Pero a la vez, y esto azora a los padres, es frecuente que no se muestren responsables para lidiar con sus estudios, ordenar su habitación o racionalizar sus gastos personales. La batalla está asegurada.


Los padres les espetan “si quieres hacer tu vida y ser independiente que sea para todo: para estudiar y para organizarte mejor” y ellos responden con un lacónico y polivalente “el único problema es que no me comprendes”. Los adultos también hemos sido adolescentes, pero nunca hemos tenido la edad de nuestros hijos. Hace 30 años vivíamos en una dictadura, no había más que una TV, no existían los ordenadores ni Intet, en la escuela las clases no eran mixtas, se pensaba que la masturbación era pecado, las familias de dos y tres hijos eran lo normal, los jóvenes despertaban al sexo en la veintena y no había preservativos ni educación sexual alguna, el trabajo abundaba, el rock era cosa de desquiciados, casi nadie viajaba en vacaciones y sólo iban a la Universidad unos pocos elegidos. Cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia. Partamos de ello, y estaremos más capacitados para entender el mundo interior de los adolescentes, y más motivados para observarles con atención y escucharles con paciencia, cercanía y cariño. Ahora bien, aunque podamos ceder en cosas para ellos tantes (apariencia externa, gustos musicales y aficiones, amistades, horarios en días festivos… ) hemos de mostrarnos firmes en lo fundamental: respeto a padres y hermanos, responsabilidad en sus deberes académicos y hogareños, salud y seguridad personal … Porque, aunque se oponen a cualquier autoridad, necesitan una referencia, unas certidumbres que alivien su estado de duda y les sirvan de orientación.


Cuando se educa a un adolescente, hay que hacerlo a largo plazo. Si hemos mantenido en esta etapa una actitud de escucha y comunicación, combinando el afecto con las concesiones y la firmeza, es muy probable que vuelvan a la normalidad de la vida familiar. Porque, desde esa serenidad adquirida, percibirán a la familia como el valor seguro que es.


Flexibilidad e inteligencia El tirón que cada adolescente experenta para no perderse el estado de ebullición mental y física que su edad y cambios físicos le generan es tan fuerte que los adultos poco pueden hacer, más allá de recabar información sobre sus hábitos. Y la influencia del medio social está tan llena de riesgos que los padres pueden adoptar posiciones extremas: prohibición total, protección excesiva, obsesión saber todo lo que hace el hijo o hija… La flexibilidad es la actitud más inteligente: no discutamos las cuestiones menores, pero defendamos una posición firme, aunque siempre razonada, sobre ciertos hábitos que atentan contra la salud, la seguridad o el ritmo de algunas diversiones que piden que cumpla con los estudios o se alente y descanse correctamente. Nos resulta difícil comprender qué van en masa, bailan al mismo ritmo, visten igual y escuchan la misma música. Pero es su seno social, que sienten como protector de su inseguridad. Ahí están a gusto. Se defienden frente a un mundo adulto que consideran agresor. Y en ese útero de masas van incubando su proceso de emancipación. En períodos posteriores, dejarán de necesitar a la masa protectora e irán libre. Esperémosles con las puertas abiertas, pero sin perder el hilo de dónde y cómo se va tejiendo ese proceso de construcción personal.


Cómo ayudar a nuestros hijos en la edad del pavo

Hay algunas manifestaciones típicas de esta edad que preocupan a los padres: el fracaso escolar, el inicio en el consumo de alcohol y drogas, las conductas marginales, ese aislamiento de todo y de todos que puede exigir la intervención de un psicólogo… Lo cierto es que cada adolescente es todo un mundo que hemos de conocer, y podemos ayudar a nuestro hijo en esta etapa si actuamos como sigue:


• Mantenernos bien informados de cómo evolucionan sus sentientos y emociones, su cuerpo y sus relaciones sociales

• Permanecer abiertos a la comunicación con él o ella, en cualquier circunstancia

• Descubrir qué les agrada. Escucharles con paciencia e interés.

• Facilitar su emancipación, cediéndoles paulatinamente cotas de libertad y de responsabilidad.

• Mostrarnos flexibles en lo que entendamos accesorio, y firmes en lo fundamental.

• Sepamos, en términos educativos, esperar (mirando a medio plazo) y procuremos, siempre, ponernos en el pellejo de nuestro hijo. Para ello, debemos conocerle y respetarle mucho.

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