Durante la publicidad y sólo durante la publicidad Hubo un tiempo no muy lejano en el que los presentadores y presentadoras de televisión nos anunciaban la llegada de la publicidad como una desgracia inevitable: “Ahora, lamentablemente, tenemos que hacer un corte para la publicidad, pero no se vayan que regresamos enseguida”. Es más, recuerdo que cuando presentaba “Lluvia de estrellas”, Bertín Osbo llegó a invitar al público a irse al lavabo o a lavar los platos durante la publicidad, para que no se perdieran al siguiente concursante. Una verdadera ironía, además de una inconsciencia, teniendo en cuenta que en aquella época Bertín protagonizaba las campañas de Patés La Piara que creábamos en Slogan Barcelona y las cuales se embolsaba una nada despreciable cantidad de dinero. De esa época en que los propios presentadores renegaban de la publicidad, es decir, de quienes pagaban sus salarios, hemos llegado al extremo de que una parte de los programas “se vea durante la publicidad y sólo durante la publicidad”. En síntesis, querido telespectador, si no te “tragas” estos anuncios, te quedarás sin saber con quién le pone los cuernos a su novia el torero de turno. A mi, como publicitario, me parece muy bien que las cadenas de televisión busquen fórmulas para aumentar la eficacia de los anuncios o, al menos, para despertar algún interés en el público, después de todo, mal que nos pese, sin publicidad no hay programación y todos lo asumos. Pero si a esa obligación ya asumida, se suma el chantaje de dejarnos sin una parte del programa si cambiamos de canal, personalmente, pienso que la gente no sólo aumentará su rechazo hacia la publicidad, sino que, además, comenzará a renegar de ese tipo de programas. Esta práctica, que el momento afecta sólo a los programas del corazón – es decir, ¡a casi toda la parrilla de las cadenas! , ya está empezando a invadir una de las pocas cosas medianamente rescatables la televisión: las películas. Hasta hace poco, cuando una película empezaba, empezaba de verdad, y el prer bloque de publicidad venía al cabo de unos minutos, dándonos tiempo de enterarnos de qué iba la película. Pues ahora no. Ahora, uno se sienta en su sofá favorito, lee el título de la peli, el nombre de sus protagonistas y, antes de que comience la historia, uno se encuentra con Don Lpio cruzado de brazos en la cocina. Es absolutamente inadmisible. Hemos sotado que una película de 120 minutos reales, llegara a durar tres horas culpa de la publicidad. Hemos sotado cortes publicitarios de una extensión que supera la legalidad o que, estando dentro de los límites permitidos, se hacen interminables la acumulación de spots en pre te. Hemos sotado interrupciones en momentos clave de las películas, incluso en mitad de una frase. ¿Tenemos que sotar, ahora, que nos corten la película apenas acaban los títulos de presentación? Llevamos más de 50 años compartiendo nuestra vida con un televisor, pero la televisión aún no ha aprendido a convivir con la publicidad. Si yo fuera anunciante, no me conformaría con comprar GRP´s ni con leer el maravilloso Plan de Medios que me han hecho los de la agencia. Si fuera anunciante, dejaría de ir al despacho durante al menos una semana, la semana de lanzamiento de mi campaña, me vestiría de sufrido telespectador y comprobaría, mi mismo, de qué manera, mi campaña, apareciendo en programas cutres de gran audiencia, interrumpiendo de mala manera las películas o chantajeando al público, se va ganando el odio de mi target. De esa forma, durante la publicidad y sólo durante la publicidad, descubriría qué mi publicidad no funciona como yo quisiera. Jorge Gómez Monroy Publicitario y Director del programa Qué Idea! de Localia TV Septiembre 2005
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