Empecemos Madrid. Planchado con el almidón de las últas encuestas, Gallardón pasa la noche en las televisiones, reeditando el extraño milagro de la bilocación. Es “il barone rampante”. Su éxito, y el de Aguirre, tienen una explicación: han convertido la política en una zanja. ¡No se subleven! Yo también las sufro a diario en un coche pequeño que sólo tiene de oficial una tarjeta del fisco. Este es ese “Madrid que se escapa” que así lo retrató un preboste catalán después de un vistazo a las cifras de renta, creciento, población y viajes de larga duración del capital extranjero. Lo demás es metafísica, y como dice el taxista, con eso no se come.
Madrid y Valencia explican sí solas la deriva reformista catalana. La Valencia españolista es el gran foco de desarrollo mediterráneo. Hace años que su puerto tiene más tráfico que el de Barcelona. El gobierno de la nación retrasa inversiones en Madrid y aplaza el AVE de Valencia. Son plomos en las alas para ver si su paloma catalana alcanza a las torcaces del PP. Ni esas. Madrid se va, sin problemas de identidad y abarrotado de rumanos y ecuatorianos, benditos sean. Para jalear a su tropa, los patricios catalanes esgren un viejo retrato de Madrid, aldeano, mesetario, guisado con ajo y cebolla. La cantina recibe la arenga indiferente, que saben que ese Madrid no existe. La alternativa tampoco. Dirán que cómo me atrevo. Es sencillo. Rodríguez, desde la Moncloa, ha cometido el más grave error de comunicación de su mandato: ponerse en contra a los kiosqueros.
