En las aulas del clero se nos educaba para que no olvidáramos que toda obra humana está destinada al fracaso. Y sin embargo la consigna diaria era trabajar para crecer, crecer para ganar, ganar con la remota esperanza de encontrar una recompensa: la de no ver cómo nuestro esfuerzo se barría como el polvo en las corrientes placables del tiempo.
A algunos, los menos, se les concede en vida el extraño y amargo privilegio de contemplar cómo las piezas de su construcción se desmantelan, cómo los principios que ordenaron su arquitectura se pervierten y se hace almoneda de los adornos y los contrapesos que equilibraron sus obras. Así se entiende la alusión de Rajoy a “los tiempos de gloria”. Lo fueron, sin duda para los populares, pero también es cierto que como se puede leer en torno al últo libro de Jon Juaristi “Cambio de destino”, “ la memoria es uno de los nombres posibles de la aginación”. El fulgor crece con el recuerdo, y la melancolía es sólo el presagio de un soberbio fracaso.
Dice Chesterton que si tuviera que escribir un único sermón para predicar, éste sería contra el orgullo: “todos los males proceden de algún intento de superioridad”. El pasado del PP está demasiado cerca. La celeridad con la que Zapatero ha caído en las trampas de la supuesta superioridad moral de la izquierda para demostrar su inferioridad ejecutiva y su incapacidad para convertir la debilidad numérica de su mayoría en virtud acercan más al presente un tiempo que es antesdeayer. La dificultad de asumir con normalidad ese tiempo de gloria y las adherencias de sus fracasos es mayor.
Si el orgullo dicta el discurso de Rajoy en la convención de este fin de semana todo intento de recuperación de la forma y los principios que ordenaron la gloria será vano. Si el contrario es capaz de responder con ideas nuevas a un paisaje diferente al que dejaron habrá dado un gran paso hacia el regreso. A mí me gustaría verle manejar la palabra patriotismo. Zapatero le ha puesto el adjetivo social que ya colocó con clavos y martillos el falangista Ledesma. Cierro el párrafo con Chesterton de nuevo, que consideraba ese como el mas noble de los afectos naturales, siempre que consista en decir (en la versión original decía Inglaterra): “Ojalá sea digno de España”.
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