Vuelve Rajoy, vuelve al palacio de la Moncloa, armado de paciencia. Medirá los pasos con cautela, que ha sido tantas veces engañado el hombre de la palabra liviana que es mejor ser escéptico antes de escuchar. Las citas con Zapatero son como esas convocatorias en las que empiezas convencido de que has ganado unas vacaciones en Canarias y al cabo de una hora te das cuenta de que debes firmar un título de multipropiedad. No es mérito de Rodríguez, sino exceso de fe del opositor, que basta atenerse a los antecedentes para medir el estilo del inquilino.
La pregunta fundamental, antes incluso de escuchar la buena nueva de que se han ganado unas vacaciones es cuánto vale todo esto, qué precio se ha pagado, que compensación se ha comprometido, o qué caminos se van a seguir para conseguir lo que todos queremos: la rendición de la banda, el abandono de las armas, la justicia para las víctas. No debe haber premio ni la jubilación de los pistoleros, ni su voluntad de perdonarnos la vida. La respuesta a este gran interrogante debe ser inequívoca, nítida, sólida. Este, como se ha reiterado, es un problema de libertad, no de paz. Por tanto los modos y los precios, son asuntos clave.
Hay tres asuntos cruciales que se deben desgranar en la respuesta de Zapatero: la postura del ejecutivo ante las reclamaciones de autodeterminación; la actitud ante las reclamaciones de excarcelación de presos y la visión, la de verdad, la que se dice en privado en los despachos políticos de Navarra, sobre el futuro de la Comunidad Foral. Me permito apuntar un asunto más. Un gobierno tan aficionado a asumir las causas de la historia, tiene en el pasado reciente una herida profunda y radical a la que aplicar sus bálsamos reparadores: la de las decenas de miles de exiliados, los que tuvieron que dejar familia, amigos, haciendas, e identidades para escapar de la extorsión. Cualquier otra salida equivaldría a legitar el terrorismo, esa vía sangrienta que según la izquierda se adopta cuando tu vecino se niega a admitirte como vícta.
Dentro de unas horas veremos salir a Rajoy, y todos esperamos que abandone el palacio convencido de que el gobierno de la nación tiene las cosas claras, que sabe diferenciar entre accidentes y asesinatos, que no va a dejar que intrusos como Ibarreche metan las narices en este asunto, y que los terroristas han entrado en este tren con la certeza de que no tienen nada que ganar más allá de una jubilación tranquila, para meter los pies en las aguas de la Concha y ahuyentar con el frío los fantasmas de sus víctas.
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