Apenas he cerrado “El pecho”, la últa broma kafkiana de Philip Roth, y no hago más que ver metamorfosis sorprendentes en el paisaje español, cambios antinaturales que escritos en el papel matinal de la prensa aparecen como fenómenos lógicos, caídos de un manzano con la gravedad madura de Newton, gestados sin picores ni manchas, sin visitas al dermatólogo ni a la farmacia de guardia.
La prera que me sobresalta es la de Rodríguez Ibarra. Recuerdo el día que lanzó aquellas dentelladas secas y calientes contra los tobillos de Maragall, al que acusó de gastar los euros de la solidaridad en gintonics y en televisión. Ahora que está a punto de poner canal como quien pone piso, este nuevo Pizarro se justifica con el gran descubriento: “vamos a hacer una televisión sin mamachichos, que para eso ya tenemos seis”. Es posible que alcance la brillante arcadia de una televisión sin televisión, de un canal sin agua, de la tele de galena. Yo, que ahora vivaqueo la Sexta, no he visto, en ninguna de las emisoras las que he pasado, esas hembras neumáticas que pueblan las pesadillas de Ibarra, que se va a dejar una pasta en telediarios extremeños, dinero que todavía viene de fuera, en una comunidad que sólo genera el treinta ciento de la renta de la que disfruta.
La segunda la firma Puigcercós, este hombre nuevo del nacionalismo catalán. La próxa campaña para el referéndum va a ser un paseo militar. De eso se encarga el CAC, la cheka periodística que ofrecerá a los medios la fórmula y composición pura de la medicina que deben ofrecer a sus espectadores. El apolíneo tavoz de la Ezquerra anuncia que no van a dar la batalla para no estar en el lado de los populares: “para no perjudicar el Estatut”. Es suble. Reconocen que el texto no ha salido como ellos querían, ha nacido tarado, con defectos genéticos, con los pulmones pequeños, sin el suficiente pedigrí, pero así y todo se le quiere. Aún aspiran a que, cuando crezca, cuando dé el estirón, su código de barras se convierta en una singular y ondulante señera.
Pero estas dos se quedan pequeñas comparadas con las metamorfosis sufridas tantos diputados socialistas que el jueves pasado dieron la puñalada mortal a los pactos y consensos de la transición. Votaron si sin taparse la nariz. Tardaremos en ver los efectos del virus que han inhalado. Quizá para entonces ya no se sienten en la cámara.
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