Como Moisés, los peregrinos hacia la tierra de promisión han recibido el mensaje divino de que ellos no verán el destino de su pueblo. A mediodía, en lugar de adorar el becerro de oro, tomaron las cacerolas del últo cocido y se aprestaron a irrumpir en el telediario, ansiosos salir en la foto. Portaban fotos de Zapatero, el mismo que a esa hora se sacudía el polvo del traje después de proclamar en el Senado su fe republicana, el reconociento de que está en la Moncloa para terminar el trabajo pendiente de aquel régen que naufragó entre el terrorismo, el golpismo, y el intento de los suyos, los suyos eran los de Largo Caballero, el “Lenin español”, de construir en España el reflejo más prístino de la Rusia soviética.
Nuestro país se ha llenado de relatos de fantasía, de nostálgicos de la mugre y defensores de la nada. Los que ayer areaban la puerta de un estudio provocan la vergüenza ajena de Caffarel, como si la señora no fuera uno de los suyos, sindicalista de carné, habitante vecina, compañera de barbacoa y lavado del coche de uno de los que vociferaban para que nos enteráramos de que ellos están en huelga. Es su contribución al hundiento. Lo llevan haciendo décadas, y han hecho un buen trabajo que nunca les podremos pagar. Cantan como Leello en Don Giovanni: “Notte e giorno faticar, per chi nulla sa gradir”
Ahora cuentan con la complicidad de los “adalides del buen rollo”, pusilánes que habitan en la quinta planta, temerosos de cumplir con su obligación, y que ante el atropello dicen sentir vergüenza, en su caso ajena, como si los trescientos que pensaban estar asaltando una nueva Bastilla fueran obreros alienados de los astilleros. Confundidos en su ser, azorados en su amorfa naturaleza, fueron víctas de su propia esquizofrenia: los que mandan no sabían si debían actuar como directivos o como sindicatos, y pensaron que lo mejor es que eligiera la audiencia.
Deberían aprender del EGM (aquí sí se permite el deletreo), que prefiere la opción mágica de la alquia y expulsa a los brujos que no se someten a la fórmula comúnmente aceptada los hechiceros y sus víctas. Hay empresas a las que rocían con el líquido reductor de los jíbaros, y están tan contentas. La expulsión de la COPE no es la muerte de ese estudio, que hace tiempo que perdió el pulso, sino su certificado de defunción. Es verdad que hay necrófilos a los que les gusta bailar con la novia muerta, pero corren el riesgo de quedarse con el fémur en la penúlta voltereta.
Artículos Anteriores:
Lorenzo Sanz subasta su colección
La sbiogénesis de la rosa y la boina
La cuota de Caldera o de cómo pensar con el monjón
Las perplejidades de Florentino y Cayetana
