Vuelve Judas. Y llega con ganas de revisión, como si la historia hubiera intuido que es el momento de reclamar la humanidad del traidor, y los motivos, hasta ahora oscuros de la felonía que terminó con Cristo en la cruz. Han elegido el momento: cientos de procesiones se preparan en España para recordar el beso del traidor en el huerto de Getsemaní, poco después de que el Nazareno tuviera el prer gesto de rebeldía contra el cáliz que le presentaba el Padre, conato abortado una voluntad plegada a los deseos del planificador.
El texto está compuesto 26 papiros mordidos el tiempo, y escritos en el siglo IV. Confirman, según los expertos, la noticia que da Irineo de Lyon hacia 180 después de Cristo. Quienes los han leído dicen que atan una débil luz sobre el caso más oscuro de la historia crinal. Sobre el qué y el cómo de aquella traición los Evangelios guardan silencio. Judas no necesitaba señalar a un hombre perseguido y vigilado las tropas romanas. Tampoco es verosímil la versión de Juan el evangelista que le presenta como un ladrón: 30 denarios son una bolsa ridícula, exigua para quien conocía el valor del dinero. No en vano era el tesorero del grupo apostólico.
El mito de Judas se formó a partir de ínfos detalles, muchos de ellos cuestionables. Caravaggio pinta en 1602 el “Prendiento de Cristo”, una tela de dramática teatralidad en la que Jesús, con un gesto de repugnancia nada místico y quizá poco cristiano, desprecia con un ademán repulsivo el beso del felón. La versión de este nuevo evangelio habla de una complicidad ínta, de una colaboración necesaria. Cristo necesitaba a Judas para completar el diseño anunciado. Antes de fundar su Iglesia en la piedra del pescador, se asegura la traición.
El enigma es apasionante. Mezcla la investigación policial con las alturas de la teología. En los años 70, el novelista Mario Brelich aginó lo que ahora podemos leer en este extraño manuscrito. Jesús necesitaba la luminosa oscuridad de Judas para liberarse de su naturaleza humana. Judas se convertiría así en el único discípulo que conocía la naturaleza divina del maestro, en su apóstol más solidario, capaz incluso de renunciar a su buen nombre los siglos de los siglos. ¿Quizá que era la encarnación del Diablo? La novela se titula “La ceremonia de la traición”.
La mítica momia del enigma se ríe de los necios que reclaman verdades inmediatas.
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