MEMORIA DEL TERROR (Para el coro fúnebre de la rosa blanca)

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Me he convertido en un espectador fijo. Nunca he sido un gran aficionado a los documentales. Me pasa lo contrario que a Fungairiño. Lo único que no veo son los tostones sobre anales de la BBC. Reconozco que son digestivos: te sitúas frente al televisor a una hora tonta y enhebras una siesta plácida y ligera. Admito que tienen una buena factoría y aparece un bestiario insólito, con especies que uno nunca hubiera aginado sobre la corteza terrestre. Yo prefiero el Nacional Geographic, ya lo ven. Eso sí, si me viene una encuesta contesto no, sin dudar, cuando me preguntan si veo La 2 a partir de las cuatro de la tarde. Soy lo que Umberto Eco llamaría un “integrado”.

 

Después de esta introducción espero que den más valor a mi adicción a la “Historia de Eta: las víctas” que Soriano programa los lunes en el prer canal de Telemadrid. El otro ni lo conozco. Le han puesto nombre de infidelidad conyugal, de tardes sin ropa como la de ayer, con ese aire inflamable, un bochorno que quemaba los jardines de Madrid, huérfanos de aspersores y lluvia. Le han puesto La Otra, y claro, así no hay quien la busque ni admita en las encuestas que la sigue.

 

Cada vez que termina un capítulo de la “Historia de Eta” le doy las gracias a Telemadrid. Como decía el escritor Aharon Appelfeld “nuestra memoria es escurridiza y selectiva, conserva lo que quiere conservar. Como el sueño, toma de la densa corriente de acontecientos ciertos detalles, y a veces pequeñas cosas sin tancia”. Espero que las señoras de las rosas blancas sean testigos, cada noche del lunes, de esa historia de sangre, de dolor, de esa historia sin más flores que las que las familias dejaban en los cementerios.

 

Me juego el tipo a que Cafarell será la segunda en programar este relato espeluznante, este recuerdo para olvidadizos, esta memoria desoladora para los nuevos hombres de paz. Es nuestro patronio moral. Y estoy seguro de que la próxa Constitución española será multedia, e incorará archivos audiovisuales, y en el preámbulo podremos ver, como en un segundo, la serie completa.

 

Después de cuatro capítulos y treinta años de terror, sólo nos queda enviar a un agente judicial para que recoja los desperdicios: unas cuantas pistolas, el explosivo caducado, y nada más. 

 

 

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