Vuelve, brazo en alto, el nacionalismo redentor

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Franco ha vuelto. No sirve de nada que nuestro ministro de la defensa se empeñe en levantar la estatua ecuestre que se asienta en la Academia militar de Zaragoza. El espíritu franquista, o el estilo fascista, se difunden con rapidez las tierras que dicen haberlo combatido. Es pura leyenda. En Alemania la prensa nazi murió con Hitler y tan solo se le permitió un estertor durante el tiempo en el que el almirante Doenitz administró la ruina moral y física de la Alemania ocupada. En Francia, para esconder la vergüenza del colaboracionismo y de la apatía con la que entregaron a sus judíos a la triturada de los campos, prohibieron las cabeceras periodísticas de aquellos años. Aquí no: La Vanguardia o el ABC no dejaron de activar sus rotativas ni un solo día.

 

Ahora vuelve aquel espíritu del palo y la multa de mil ochocientos euros firmar una factura en español. El palo contra los proscritos del Partido Popular o los disidentes del nacionalismo agrupados en Ciudadanos de Cataluña. Las camadas fascistas anidan el extrarradio de Barcelona, más que en el centro, donde la burguesía mantiene todavía una estética moderada y como europea. El socialismo amontillado ha servido a las poblaciones de aluvión un enemigo, un chivo expiatorio. Y aquí los tienes, sacudiendo estopa contra los populares. No se me borra la agen descrita Victoria Prego en su columna de esta semana, creo que fue  el martes, de esos dos ancianos que pliegan con sus dedos la bandera azul del PP mientras un grupo de energúmenos les grita: “fascistas, hijos de puta”. ¡Qué nivel de demencia, de ignorancia, y de mala educación financiada con fondos públicos!

 

En mi últa visita a Barcelona Albert Om se extrañaba ante la audiencia del club que en “Cómo salir del Infierno” hubiera descrito la crispación callejera que existe en Cataluña como de una intensidad incluso más alta que la que se olfatea en el País Vasco. Pues bien, unas semanas después, los ejemplos se han multiplicado. Y hemos asistido estupefactos a las justificaciones de Montilla y a las  de algunos descerebrados de la Esquerra. Ellos, como Albert Om, no se extrañan de este cla. Lo han vivido, es su atmósfera, lo perciben como natural, forma parte de los elementos de consenso del “país”. Este delirio tiene varias capas que se han ido precipitando año tras año, y han conseguido cuajar una figura franquista, fascista, entre quienes ni conocieron a Franco, ni saben nada de su régen, ni tienen idea de lo que fue aquella España en la que, quienes les han jaleado, se dedicaron a vivir, y como mucho a celebrar con cava la muerte, en la cama (sí, en la cama, qué gran trauma para la izquierda arcaica) del general. 

 

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