ZARZALEJOS ES UN CRUASÁN

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Cada mañana tiene su momento. En cada emisión le reserva un tiempo de pra dona. Supongo que de tanto escuchar aquello de “hay qué ver cómo te ha puesto hoy”, se ha convertido en adicto. Es mejor escucharlo de prera mano, que adivinar el tono y el sonido de las bofetadas a través de intermediarios. Hay más, algunos más, pero ninguno al que con tanta fidelidad reserve lo más mordaz de su verbo. Otros han tenido momentos de irritación, ese minuto en que se te abre la úlcera, y en tu casa de Las Rozas quieres enviar los padrinos a la emisora de Alfonso XI. Luego todo se queda en un par de properios en la puerta de casa, antes del atasco, antes de sotar a quien de verdad te castiga el hígado, hombre de tu tamaño, más o menos, aunque aquí, en esta historieta, todos son, qué curioso, bajitos.

 

Zarzalejos es un cruasán. Está dicho con todos los respetos. Pero es que a esas horas de la mañana, mientras uno se afeita, se toma el té o las pastas, o se lustra los zapatos para salir brillante, al menos los bajos, su nombre suena en la radio como si se tratara del elemento tostado de un desayuno completo. Federico se lo toma unos días a la plancha, otros a palo seco, los más lo moja en el café para rellenar sus huecos de aire con la carga amarga de la infusión. Hay mañanas que le da la piedad contagiosa de su casa copera y lo pone embadurnado de chocolate, un poco pringoso, y hasta se dan las matinales en que lo sirve relleno de jamón y queso, como si le faltara sal, y el york  le diera un toque de suavidad, un punto elegante, como de merienda de señoras bien.

 

Hay mañanas, qué mañanas, en las que en vez de solicitarlo al camarero se nota que Federico lo amasa, lo aplasta, lo estira, le hace los cuernos y lo pone al horno, a doscientos grados, para que se hinche como un globo. Y ves como se hincha, y al día siguiente se puede leer  la inflamación en forma de nota  en el periódico, ese que dicen, cada vez se lee menos. Han tenido que hacer una campaña, y hasta con eso Fede se ha hecho un cruasán para que caiga un poco de la grasa con la que hacen el periódico en el café.

 

Le han puesto querellas para que cambie la dieta matinal, pero ni esas. Le tiene cogida la medida. Sabe como servirlo. Lo más frecuente es sentir el perfume del bollo requemado, aplastado la plancha, y embadurnado de grasa como un achicharrado al que en el hospital le hubieran puesto la hidratante kilos. Me temo que no hay remedio. O este chico deja de desayunar, y en eso el grupo se ha empleado a fondo, o en los bares se va a poner la moda de pedir un Zarzalejos, bien caliente, abrasado en los bordes. Y cada uno en su piedad, le dará mermelada, mantequilla, o betún.

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