Hablemos de Valencia, a la que los socialistas han puesto sordina, para evitar el escándalo de las palabras incumplidas, de las fotos que es mejor guardar. Zapatero acudió al funeral las víctas del accidente del tren, y salió con la promesa de no volver a misa aunque la oficiara el mismo Ratzinger. Así fue.
Se hicieron fotos con los alcaldes, los de Torrent y Picanya, los de Alcántara del Júcar, Paita y Alfafar. Todos han enterrado a los suyos, viajeros de los vagones despanzurrados en ese túnel el que siguen pasando los convoyes en silencio, y a velocidad reducida. Los alcaldes muerden el aire. Lo prero son los suyos. Les prometieron el oro y el moro. Caldera, el ministro que devolvía los mojones, el que cambiaba piedras papeles del archivo, se apuntó dos titulares de prensa con su palabra de acelerar pensiones y de poner el consejo de ministros a los pies de las víctas.
“Fuese y no hubo nada”. Guadalajara, Valencia. Los alcaldes se deben a los suyos. Preparan una carta para darle patadas en la espinilla al gobierno, un gobierno de los suyos, que ha dejado tirados a los suyos, a unos meses de que se convoquen elecciones. Imperdonable lo prero, inconveniente lo segundo. Han tenido que reconocer que el gobierno de Camps lo ha hecho bien. Y en Madrid y en Valencia, en las sedes de los burócratas del partido, están que echan las muelas. Prero el agua, luego el retraso de las infraestructuras, ese ave que no despega, ese puerto de Valencia colapsado al que no les dan una nueva salida, y la Copa América, clandestina gracias a TVE, y ZetaPe que no va a la misa del Papa, y las promesas, promesas, promesas.
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