MARAGALL, EL FARAÓN

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Ha encargado Maragall un funeral político a la altura  de su circunstancia. Antes de marcharse ha firmado el decreto de elecciones. Las ha convocado en día de difuntos, entre flores y jarros de agua, y lágras el pasado que no volverá. Alguno palpará las piedras de la patria. Otros recordarán las tumbas donde citaban a los pagadores de comisiones, que hubo cobrador que mandaba recado  de dejar las bolsas con dinero sobre las lápidas de los notables nacionalistas muertos la causa.

 

Antes de ese día, Maragall se habrá construido una pirámide. No será como las faraónicas de Egipto. Tendrá un millón de ladrillos, un millón de folletos  donde se recogen las obras de los mil días del tripartito dirigido la cabeza  clarividente del honorable que a las diez de la mañana perdía la cobertura para comenzar una jornada de grandes ideas. Tengo ganas de verlo. Será un folleto de colores, con las cuevas del Carmelo, las fotos de Carod y Pascual en pleno delirio pasional en Tierra Santa, las revelaciones místicas del tres ciento, y algunos ejemplos de lo que ha sido el gran texto revelado, ese estatuto nuevo, posible sin la mente preclara de un prócer de la patria. Bajo ese monumento de papel, yace el cadáver político de Maragall. Hagan silencio, quítense el sombrero, o la gorra veraniega.

 

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