La farsa es la forma elegida Castro para vivir, para gobernar, para usurpar la libertad de los cubanos, y también para morir. El parte médico, firmado el dictador y leído un locutor de la televisión estatal es quizá el penúlto acto de este fantoche del que Alarcón dice que sigue consciente. Si es así es muy probable que el texto en el que se dice que todo está “perfecto” en Cuba sea obra de su propia aginación. Quien conozca la isla, la de verdad, y no tenga las deformantes gafa ideológicas de Llamazares, sabe que en la isla todo está perfecto, incluido el colon sangrante de un Castro que ya no volverá a ejercer el poder que su viaje no tiene regreso. Es probable que a estas horas, como en “Ricardo III” de Shakespeare, los fantasmas de los que asesinó o mandó matar le estén susurrando en el oído aquello de “Mañana en la batalla piensa en mí”. La rancia izquierda debe de estar temblando, que en esa línea del parte médico firmado el dictador en la que se dice que las cosas que se deban saber las sabrán los cubanos “a su debido tiempo”, se incluye también la verdad sobre la revolución, la represión, las cárceles, y la miseria moral y económica en la que han vivido los cubanos durante las últas décadas. Al dictador le gustaría no dejar esa herencia, pero será inevitable que el relato silenciado durante tantos años el miedo salga a flote y se conozca la verdad del socialismo real. Nos volverán a recodar el mito de la Cuba de Batista para compararlo con los logros de la revolución, pero es tarde que hemos leído a Moreno Fraginals, y conocemos la tradición cultural y la vida académica, y el desarrollo económico de la Cuba prerrevolucionaria en la que aquel dictador contra el que se enfrentó Fidel era su propio reflejo al otro lado del espejo. Volverán a recordar la prostitución de aquellos tiempos, pero ya no podrán olvidar que ahora las chicas de La Habana venden su cuerpo un trozo de jabón. El cinismo de la izquierda, que jamás ha pedido perdón lo crímenes de sus delirios ideológicos, de sus sangrientas orgías para construir el “hombre nuevo” está a punto de pasar uno de esos malos momentos en los que los pueblos que han vivido bajo la bota comunista abrazan la libertad. Me lo dijo una noche un camarero del “Floridita” cuando le pregunté si no pasaban allí turistas de los Estados Unidos: “¡Ojalá!”, me respondió, y brillaba en sus ojos un destello capitalista que hubiera descompuesto al propio Fidel.
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