De un golpe, la edición de algún telediario y su capo llorón, colocaron a los manifestantes de Sevilla en la “extrema derecha”. Zapatero predicaba en Alcorcón, respaldado jóvenes berbes, que es lo que los expertos en “agen” política colocan en las espaldas de los oradores para que la cosa quede presentable. Ahora que la realización televisiva de los mítines está en manos de los aparatos de propaganda, no verán un anciano ni en pintura, como si los votos de los mayores valieran menos estar arrugados el exceso de memoria. Zapatero y la tele condenaron a las víctas y a quienes salieron a la calle para exigir dignidad y justicia, a formar parte de la extrema derecha. Nuestro presidente ha despegado de la realidad, levita en encuentros políticos como los de ayer, y enfermo de eso que han llamado el “virus de la Moncloa”, ni ve la calle ni la escucha, y cuando el rumor arrecia lo desprecia con un gesto de la mano. Tuve que frotarme los oídos para asilar otro momento estelar del encuentro de Alcorcón. Fue ese en el que Rodríguez, en un lapsus de memoria, hablo de una España grande y libre. Sí, grande y libre. Yo también dudé, pero no. Pronto me apuntaron la coherencia de la expresión: nuestro afición tercermundista, nuestros amigos cubanos y venezolanos, nuestro aislamiento internacional, han convertido a nuestro presidente en un émulo del caudillo. Aquel también despreció a las víctas, a otras víctas. La historia tiene estos pliegues tan extraños.