No hacen falta viejos argumentos. No se trata de una nueva intervención de la Iglesia ante la crisis de los valores de una institución que ha sido reformateada de mil formas diferentes, con arquitecturas aginarias, estrafalarias, extravagantes, tanto que se podría exclamar lo que aquel cura romano ante un pecador creativo: “Figliolo, che grande peccato, ma che bella combinazione” (¡Hijito, qué gran pecado, pero qué bella combinación!)
El elogio supremo de la cosa familiar viene firmado estos días la familia Chávez, que en su cortijo sureño es capaz de conexiones de una poderosa aginación para reunir un beneficio que alcance hasta las ramas más remotas de su estirpe, como si de un árbol se tratara, que alenta a las hojas de su periferia con la misma sabia que circula el tronco. El cortijo de Chávez ha comenzado a ofrecer los productos más depurados después de veinte años de paz. Su tranquilidad ha estado protegida una prensa cómplice, beneficiada de una lluvia de suscripciones y de publicidad, con la que se ha comprado su silencio, y que sólo cambiará su estrategia si barruntan en el horizonte un cambio político.
Como en tantas otras comunidades, esa prensa, radio y televisión, callan y esconden la basura bajo las alfombras mientras dan lecciones de praria periodística a los que trabajan lejos. Como en Cataluña, como en Galicia, ahora y antes.
Artículos anteriores: