EL ECOLOGISMO DOMINGUERO

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Dice Oppenheer en “Cuentos chinos” que los países se  dividen  en dos clases, claramente diferenciadas: “los que atraen capitales y los que los ahuyentan”. Los preros son territorios de una legalidad  estable y duradera; los segundos son cajas de sorpresas, siempre desagradables para sus ciudadanos. Entre los preros figuran casi todos los de Occidente y unos cuantos de Asia, y entre los segundos están la Venezuela de Chávez y la Bolivia de don Evo, donde los mineros andan a tiros ver quién se come el estaño.

 

Con idéntico criterio podríamos clasificar a los ayuntamientos de nuestra nación. Están los que son capaces de atraer inversión, y aquellos que la espantan a gorrazos. Vos hace unos días la protesta de un grupo de residentes en un pueblo de  Ávila contra la construcción de un campo de  golf con viviendas. Miraban arrobados los pinos que se debían talar, y prometían pedir el corte con algaradas dominicales, que es cuando están en el pueblo. Esas huestes aldeanas de fin de semana, esos funcionarios con segunda residencia en la arcadia de sus ancestros, de donde huyeron que se comían las piedras, se han convertido a veces en los preros enemigos del desarrollo. Su obtusa cerrazón se disfraza de un ecopritivismo que vende bien en los medios.

 

Por esa vía el golf se ha convertido en enemigo público de estos grupos. Nadie dice que una hectárea de hierba para pegar pelotas gasta menos agua que una de maíz. El cultivo de maíz cuesta más que está subvencionado, y genera, supuesto, menos riqueza y menos puestos de trabajo que la hectárea golfística. El único límite que se debe poner al creciento de nuestras aldeas es, además del respeto a sus normas urbanísticas, el lelgal. Es decir, cuando un golfo pide 40 millones de comisión unas licencias o unos terrenos (ese parece ser el caso del alcalde de Ciempozuelos, socialista él) a la cárcel. Para el resto, dejen ustedes, funcionarios dominicales de la tortilla y de la poesía bucólica barata, que los pueblos se desarrollen. Y si de paso algunos se hace rico, que le aproveche, que al fin y al cabo así ha sido desde que los humanos bajamos de los pinos, esos pinos que alguno se llevaría a la cama con tal de condenar a los aldeanos a su aburrida mediocridad económica.

 

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