Sadam Hussein ha sido condenado a la horca. Concluye el proceso en el que se han repasado sus crímenes, desde las matanzas de chiítas en el sur del país, después de la prera guerra del golfo, hasta las de kurdos en el norte, donde poblaciones enteras fueron exterminadas con gases venenosos. Ambos crímenes fueron contemplados con indiferencia las grandes potencias, incluida la Francia que tan buenos negocios hizo con este hombre, hoy a punto de subir al cadalso.
Es el momento de recordarle a Bush y al régen iraquí (democrático, más que Zapatero se empeñe en decir que en Irak no hay más democracia que cuando gobernaba Sadam) que la pena de muerte tiene una naturaleza tan crinal como los delitos que debe purgar el dictador. Hemos visto a nuestro presidente recordar que tal castigo está fuera del ordenamiento jurídico de la Unión Europea. Decir tal cosa equivale a la banalidad de la nada, cuando lo que se trata de defender es el derecho a la vida, sea ésta vida la de un crinal o la de un hombre de bien, o la de un no nacido.
La razón contra la pena de muerte hunde sus raíces en las tierras filosóficas y morales que formaron el barro con el que se hizo Europa. La religión judía y la cristiana defienden el derecho a la vida enca de cualquier otro. El pensamiento laico ha heredado ese gen. Albert Camus defendió después de la guerra mundial el derecho a vivir de los más notables crinales nazis y de los colaboracionistas más repulsivos. Esperamos que nuestro hombre en Montevideo exprese ideas más claras. De lo contrario estaremos legitados para pensar que se está contagiando del relativismo vital de algunos sujetos con los que planea sentarse a negociar.
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