EL TAXI DE RUBALCABA

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Cuando las cosas no funcionan, siempre hay alguien que le echa las culpas a la comunicación. El sector es muy sufrido. Se mueve en las mismas condiciones que la sal como ingrediente: cuando falta se la echa de menos, y cuando sobra provoca arcadas y maldiciones. Lo peor es que esta vez, Solbes tiene razón y el gobierno tiene  un claro defecto de comunicación.

 

Sería fácil, sencillo y prario cargar la responsabilidad sobre Moraleda, que a fuerza de meter la pata  ha adquirido méritos propios  la categoría de irresponsable. Tendrá que hacer muchos méritos para ganar una plaza en los Premios PR, que anoche volvieron a demostrar un poder de convocatoria insólito y sorprendente en una publicación tan joven y en un medio tan nuevo como pujante: Intet.

 

No, Moraleda no tiene la culpa. Se dice que para ser buen escritor  hay que pensar bien. Es posible. Para ser comunicador hay que saber qué comunicar, y el déficit o defecto se sitúa más bien en el enorme guirigay organizado el ejecutivo en torno a lo que unos llama proceso de paz, término que compite con el de proceso de rendición, acuñado medios hostiles al ejecutivo y que han conseguido hacer sombra a la prera denominación.

 

La últa astracanada ha sido ese robo de pistolas. Los agentes franceses dicen que esta tregua es como la anterior: un paréntesis, un ganar tiempo de Eta para rearmarse. Confirman que los ladrones eran los chicos de la banda, mientras el gobierno se niega a reconocer una verdad que le arroja de bruces contra el suelo. Rubalcaba dice que el proceso no arranca. José Luis y Alfredo parecen subidos a un taxi parado, un coche como aquel que Carlos Sáinz intentaba poner en marcha mientras su copiloto gritaba desesperado: ‘¡Por Dios, Carlos, arráncalo!’ Por Dios Alfredo, ponlo en marcha, ¡como sea!

 

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