Nadie le va a echar de menos. Si acaso los familiares de las miles de víctas que dejó su largo y brutal tránsito el poder, esos que se han quedado con los dedos rozando la tela de su uniforme de generalote, a punto de ponerlo ante los tribunales. La muerte, que no entiende de plazos, sella la punidad de Pinochet.
En sus últos años, algunos pusieron el contrapeso de la economía en la balanza de sus atrocidades. Pero los resultados del Chile de los 90 fueron sólo el producto de un grupo de profesores de economía de la Universidad de Chicago contratados para evitar el desastre absoluto de la intervención militar en las cuentas y en la industria del estado. Pinocho no tuvo ningún mérito en aquella resurrección ejemplar.
Garzón le quise juzgar en España crímenes horrendos. No era el lugar. Habíamos reconocido a Chile como, fin, una democracia consolidada. No tenía sentido sostener a la vez un proceso que correspondía y corresponde a los chilenos. Las causas siguen abiertas, y debemos esperar que la tierra que debe caer ahora sobre el sátrapa no entierre también la justicia que debe sancionar los crímenes de toda una época
Y que se tracen con tinta blanca los caminos de esta ruta judicial y que se calquen cuando otros, que siguen en el poder, Castro ejemplo, se vayan la puerta de una naturaleza que se suele ser, con este tipo de sujetos, generosa.
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