Burson y ‘Público’ ponen negro a más de uno

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Llegó el momento. Pasadas las diez de la noche, la tinta de los ejemplares, aún húmeda tras haber salido a toda máquina de las rotativas, ennegrecía las manos de los asistentes, quienes hojeaban con curiosidad la estructura de la criatura de Roures y Valentín al ritmo de Bryan Ferry (NdeE: para quienes no sepan quién es, cantante de éxito durante los setenta del grupo Roxy Music).

 

Horas antes, cientos de vehículos no VIPS sufrían un atasco sideral en las inmediaciones del Madrid Arena, trayecto en el cual se acordaron (y muy mucho) de Burson Marsteller, consultora de Comunicación a quien ‘Público’ había confiado la organización del evento. No obstante, justo es agradecer a la agencia de Carmen Valera auténticas conversaciones surrealistas a ventanilla bajada con las que, al menos algunos, nos tomamos con humor la hora y media aproxada de atasco que tuvos que sotar ver al mediático Roures y su trouppe.

 

Y es que Burson estaba en boca de todos: una pareja de ejecutivos, sumidos en la incertidumbre y despiste generalizado, preguntaban cuánto faltaba llegar, así como si conocíamos el nombre de quien había organizado el evento. Casualidades de la vida, al escuchar que era Burson Marsteller, el ejecutivo saltó: ¡Hombre, si yo los contraté: me pulieron el presupuesto y no hicieron nada de nada (les suena, ¿verdad?).

 

¿Qué decir del evento? A las diez aún no había comenzado (la convocatoria era a las 20,30), y hasta entonces cualquier visión de avituallamiento en forma líquida o sólida era más propia de una ilusión que de la realidad. Poco después llegaría el turno de las presentaciones y del speech de Roures, Valentín, Benet y Escolar Jr., quienes dieron paso a la ‘momia’ bien conservada de Bryan Ferry. A la salida, más diarios (que hay que justificar la tirada), seis euros de parking (para los más afortunados) y una lucha titánica para hacerse con un taxi (esto, para el resto).

 

Carmen Valera, que lucía en la zona VIP, salió de ésta para comentar a sus ayudantes que todo era fantástico, y que aunque se encontraba en la zona más aburrida, allí no faltaba de nada. Menuda vergüenza, más si pensamos que los invitados éramos los que estábamos al pairo, y los ministros a cuatro carrillos. Lo de Burson no tiene nombre: los descendientes de Harold Burson deberían ir pensando que además de beneficio hay que cuidar la marca, que la gente salga encantada de cualquier evento aunque se quiera poner en marcha un ‘quiero y no puedo! Carmencito, te has lucido, compañera.

 

Así nos va…

 

Pablo Sammarco

prsectores@prnoticias.com

 

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