Hubo otras generaciones que tampoco vieron el peligro. Eran sociedades que también pensaban que su mundo era estable e perecedero. Por eso ignoraron las alertas y desoyeron todas las voces de socorro. Después, cuando ya fue tarde y la catástrofe irrumpió en sus vidas, el lamento y el desconsuelo fue general: “¿Pero cómo hemos podido llegar a esto?”.
Es la condición humana. A la gente no le gusta que le alarmen con malas noticias. Por eso huye de los agoreros y prefiere a los optistas. Les da igual que sean profesionales del eufemismo, esa casta política y periodistica que siempre tienen un sedante a mano para tranquilizar al
auditorio y rebajar la densión de los problemas. Y sin embargo, ahí están de nuevo Cataluña y el País Vasco. El Estatut que iba a durar toda una generación, con sólo un año, es ya un anciano al que los independentistas le han puesto día y hora para su defunción.
También Ibarretxe, el hombre que presume de caminar donde pisa el buey, ha vuelto con uno de esos chistes de aldeanos vascos: “¡Oye Zapatero, que me des el derecho de autodeterminación, o te monto una consulta!”. Fue lo mismo que ya pidió ETA y que no pudieron darle. Se equivoca el lehendakari. Ya no es el cruzado que en el 2001 derrotó a Mayor Oreja. Ahora son los suyos los que le llaman iluminado. No llevará al pueblo elegido a ninguna tierra prometida y corre el riesgo de ahogarse en los procelosos mares del Norte, pero volverá a llevar a la política española y vasca a esas regiones oníricas donde la alucinación se mezcla
con la pesadilla. ETA, que siempre aguarda en alguna esquina, ya estará pensando en cómo sacarle provecho.
El paisaje de otoño es un campo de piras en las que arden instituciones y altas magistraturas del Estado. Se quema el retrato del Rey y con la misma tea se amenaza al Tribunal Constitucional. Es el mismo fuego, aunque haya cambiado el viento, en el que se consumieron durante tregua etarra la Fiscalía General del Estado y una parte del Cuerpo Nacional de Policía, que aún no ha querido o podido explicar la trama profunda del famoso “chivatazo”.
Pero tanta pavesa no presiona al Gobierno, que culpa al PP o aconseja mirar para otro lado. En realidad ya no altera la vida de nadie, acostumbrados como estamos a convivir diariamente con la extravagancias y los altisonantes gritos de los nacionalistas y el crepitar de las instituciones que se abrasan. Y sin embargo, las cosas nunca pasan en vano. Cuando se cruza la raya, cuando se ignoran las normas y se superan las instituciones, se corre el riesgo de iniciar una lenta e incierta marcha los resbaladizos senderos desde los que se vislumbra el fondo oscuro del barranco.
Está en la historia. Y además lo dicen las leyes de la geología y la naturaleza. Hay volcanes que permanecen años inactivos y un día explotan, lanzando al cielo el caudal de lava y cenizas que llevaban décadas calentando. En España su actividad es marginal y de momento predecible.
Pero nunca se sabe. Hay cuerdas que se rompen de tanto tensarlas y privilegios y agravios que se hacen insufribles. Además los que reciben las gabelas, en forma de deudas históricas o déficit de infraestructuras, lejos de dar las gracias, siempre piden más, con altivez y grosería.
La democracia siempre es un bebé que requiere cuidados diarios. Esa era la obsesión de los viejos socialdemócratas europeos, aún con la memoria de los malos tiempos. Pero la democracia es la ley, son las instituciones, y tanto enemiga del privilegio, de la posición y sobre todo del órdago y la amenaza. Todos los conflictos han empezado siempre igual: basta con que haya uno que tire una prera piedra y otro que le responda.
