¿HAY ALGUIEN AHÍ?

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Recupero esta pregunta, al recordar el exitoso chiste de aquel entrañable humorista catalán de nombre Eugenio y que hoy nos debe estar observando, no sin cierta nostalgia, desde el más allá, tratando de dar respuesta a la pregunta que encabeza esta abstracción y que es la misma que él se hacia en el celebrado sketch televisivo de hace más de una década.

 

Para quienes no tuvieron la otunidad de disfrutar de la inolvidable representación cómica del penitente fumador, contada con el esforzado acento de un payes de la Garriga o del alto Ampurdan, paso a referir, sin sonido y sin pitillo, el diálogo de la famosa representación.

 

Paseante campestre el borde de un precipicio que resbala y cae, encomendándose al creador al ver inminente su muerte.

 

De forma súbita, su cuerpo tropieza con un  arbusto, que hunde sus raíces en las hendiduras de aquella pared de piedra y consigue aferrarse a una de sus ramas desde donde contempla horrorizado el resto del abismo.

 

Al ver retrasar unos instantes el momento de su óbito, con voz trémula, "va i diu".

 

¿Hay alguien ahí?

 

De repente, una voz solemne emerge desde unos metros más abajo que dice:

 

Soy un ángel enviado Dios. Déjate caer que te recogeré con mis brazos y te devolveré a tierra firme.

El pobre  diablo, cada vez más exhausto, consigue articular una respuesta en forma de pregunta y con un acento catalán, catalán, catalán, "va i diu":

 

¿Hay alguien más?

 

Sirva este recuerdo de Eugenio como prolegómeno de esta reflexión, que tiene su origen en una reciente anécdota que adquiere caracteres de categoría y que hace referencia a un amigo que, recientemente, me espetaba: "He visto un artículo tuyo pero, no lo he leído". Siempre he agradecido los rasgos de sinceridad en los amigos, aunque entendí que el sustituir un verbo otro no era suficiente motivo para dejar de serlo.

 

Cierro el anecdotario que he traído a colación con el único objetivo de  preguntarme si, en lo que a medios de comunicación se refiere,  alguien lee en este país más allá de los titulares y solo desciende a la letra del cuerpo 8 cuando el asunto le afecta directamente, cuando su equipo gana o pierde o cuando alguna fulanita se acuesta con algún menganito o directamente cuando alguien le mete a otro un hachazo a la altura de la cuarta intercostal.  Aquí somos así.

 

Dicen que vivos en la sociedad de la información o sociedad del conociento y a veces pienso que ese proceso empieza y acaba, en materia mediática, en las tertulias de radio, en los "tomates televisivos" o en los artículos de unos pocos consagrados que gozan de feligresía fija y con cierto pedigrí. Poco más. El abandono de la lectura comienza a tomar caracteres preocupantes y, sino, al tiempo.

 

El resto, miles, escribos conscientes de que lo nuestro era hacerlo en un periódico de provincias con un gran número de suscripciones, en la seguridad de que, al menos, esa fórmula nos aseguraba el nivel de lectura suficiente demandado nuestro ego.

 

Poco que ver con aquellos inmortales que hace poco menos de un siglo escribían en los periódicos existentes y, además, sin competencia y cuyas cavilaciones y teorías eran pasto de las tertulias de casino con un café de medio. Allí, al menos, se creaba opinión. Aquella época sí que debía ser excitante para los que le daban a la pluma, que no hay nada más frustrante que escribir para que ni los amigos te lean o al menos para que nadie te cite en una emisora de provincias, aunque sea de propiedad municipal.  El negocio, querido Pedro, querido director, se está poniendo chungo.

 

Ya me gustaría a mi saber que hubiera sido de los Pla, Camba, González Ruano, d´Ors, Cavia, Ortega o Baroja, si en lugar de El Imparcial, El Debate o El Sol, hubieran tenido que escribir en los periódicos actuales, sumidos en una crisis de lectores más que preocupante y con la competencia que supone las televisiones, las radios, los periódicos de pago, los gratuitos, las revistas,  las webs,  los blogs y todo lo que ustedes quieran. Así no hay manera.

 

Esta sociedad de la información se retroalenta de forma pavorosa, de modo y manera que al final de recorrido todos terminamos leyendo, escuchando y viendo lo mismo a los mismos. Esa es la clave del éxito actual  y así le va a esta sociedad, camino del pensamiento único si alguien no lo remedia.

 

Los mensajes cada vez perduran menos en la mente del receptor y ello, cada día, se hace más difícil que la sociedad reaccione ante pulsos externos. La capacidad de sorpresa, de horror, de alegría o de sple excitación, es cada vez menor y puede que ello se deba que el individuo que forma parte de la sociedad del conociento prefiere el pacto fugaz y cómodo de los medios audiovisuales al más intenso y complejo de la letra presa. La cultura escrita empieza a ser parte del pasado  y no seré yo el que se aventure a dibujar el escenario de mediados del presente siglo. Sólo diré que lo que vislumbro no me gusta y que resulta inútil cualquier intento de huir al país de al lado, que lo que encontraremos allí, es más de los mismo.

 

Y la cuestión es que tan deleznable vicio de no leer, se extiende a casi todos los ámbitos de la vida profesional. Como muestra un botón: muchas secretarias con o sin la autorización de sus jefes deciden qué es lo qué les conviene leer y qué no a los inquilinos del despacho de al lado. Ahí está el auténtico poder. Tal cual.

 

Yo, que quieren que les diga; asegurada  la fidelidad de mi madre en el campo de la lectura, no puedo menos que preguntar: ¿Hay alguien más?

 

Carlos Díaz Güell

Consejero de Serfusión

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