Antoine de SaintExupery es un autor mundialmente conocido su obra El principito, una fábula infantil para adultos su significado alegórico. En ella desgrana las verdades de la vida, haciendo hincapié en el amor. Ese sentiento actualmente tan manido como poco valorado. Y no creo que a nadie le quepa la menor duda que si hay un sentiento que mueve el mundo es precisamente ése que desde niños aprendemos a dibujar asociado a un corazón.
No obstante se hace difícil hallar en nuestro 'civilizado mundo' atisbos de sentientos cuando nos encontramos en la prensa diaria titulares como: 'Los millonarios rusos pagan vivir como vagabundos'. Y lo peor es que es verdad. Parece que un buen número de opulentos hombres de negocios contratan los servicios de una organización dedicada a tal fin, llamada el Club Lúdico. No existe ningún empacho en reconocer públicamente que empresarios, diputados, altos funcionarios y sus mujeres gastan hasta 10.000 dólares (6.887 euros) persona para pasar una noche en Moscú como camareros, taxistas, vagabundos o prostitutas. Por supuesto, se garantiza la confidencialidad, ya que estos juegos, organizados con una discreción absoluta, dedican exorbitantes cantidades del dinero en proteger la seguridad de sus clientes y crear una apariencia verosímil.
Según parece, los millonarios rusos se han cansado de hacer ostentación de sus bienes y buscan sensaciones fuertes que sustituyan el brillo de los diamantes. Ahora han decidido 'divertirse' en Europa, ya sea disfrazados de vagabundos en París, de músicos callejeros en Venecia o como controladores de un autobús de pasajeros en Ginebra. Es de suponer que si son capaces de encontrar emoción y entreteniento en esas actividades es que han anestesiado sus conciencias ante la realidad social que tienen en las heladas calles de sus ciudades. En esas urbes en que conciudadanos suyos mueren de frío, sin posibilidad de huir de la miseria. Parece que los representantes de esas empresas de ocio tan demandadas los millonarios rusos los justifican afirmando que estas personas hicieron fortuna rápidamente y con frecuencia lo han intentado todo para distraerse. Ahora juegan como si fueran niños, sin darse cuenta del precio de sus juguetes… Afortunadamente, esos 'juegos' son una dramática pero minoritaria realidad en el mundo civilizado. Pero hay que ponerla de manifiesto para que no se nos olvide que existe y que seguramente es la muestra de una sociedad gravemente enferma de opulencia y escasa de valores.
Mientras tanto, en nuestras calles se empiezan a escuchar esos sonidos característicos de la Navidad. Y no hablo de los que proceden de centros comerciales o de músicos callejeros. Me refiero a los rumores que agitan el aire y salen de los labios de los niños que invaden nuestros pueblos y ciudades. En ellos está la búsqueda de la ilusión real, de la verdad que olvidamos cuando vamos cumpliendo años. O ¿quizás a alguno de ustedes se les ha olvidado la sensación de realismo que nos dominaba al ver el Belén viviente de nuestra infancia? Creíamos que era el de verdad, y punto.
¿No recuerdan, también, su propio nerviosismo la noche de Reyes acostarse pronto? Yo creo que es la única otunidad en que todos los niños no reniegan al ir a la cama. Y también está justificada esa reacción que, en el fondo, ¿qué manda en el niño, la razón o el corazón? Cuando no somos capaces de ordenar racionalmente los sentientos y darles o no permiso de residencia, el pulso natural es creer lo que uno desea. En ese paisaje afectivo es en el que se desarrolla la infancia y en el que debemos educar a nuestros hijos. Es más sencillo comprender la vía del amor que aceptar la vía del decreto y, además, se garantiza toda una serie de vínculos afectivos que tejerán la personalidad del adulto.
Personalmente me siento muy afortunada poder vivir el paisaje navideño que me rodea. Estas escenas de final de año en el que se hace balance, pero no con el fin de saber lo que nos falta, sino de identificar lo mucho que nos queda vivir y compartir. Y en eso ayuda mucho tenerles a ustedes como fieles lectores, al otro lado de la página, compartiendo un latido en clave de salud. Feliz Navidad.
Yolanda Martínez, Doctora en Ciencias de la Información
