Mientras Zp se entretiene con los obispos, Rajoy, como gallego, va a lo suyo, que es el programa programa de Anguita, hoy tan olvidado, sustituido la mediocridad aburrida de Llamazares. Éste se fue al Severo Ochoa, donde sólo unos pocos brindaron en la puerta con champán el regreso del doctor Montes. Reintegrarlo en las Urgencias sería un gesto irresponsable y Montes y los suyos lo saben. No puede haber un borrón y cuenta nueva, no lo puede haber. Así que mantener el pulso con la administración sólo puede ser el producto de un interés en seguir el carril político, una salida que nunca se debió adoptar para un asunto médico y sanitario.
Y en esa guerra fratricida entre Aguirre y Gallardón, es curioso cómo después de colgarse la gran medalla del intercambiador, el alcalde volvió a la carga con una joya retórica del doble sentido. En el entierro de la sardina bautizó a Aguirre como doña Cuaresma. El trazo fino en la política, en estos tiempos de brocha gruesa, es una joya. En la esgra que mantienen, Gallardón atravesó con el florete el grácil junco que sostiene a la presidenta.
Y Zp enredado con los obispos, ahora se echa atrás, y dice que ellos no han amenazado a la Iglesia. Que tenga cuidado. La Iglesia no tiene divisiones, pero gana las batallas con paciencia, sobre todo si el 9 de marzo, Zapatero sigue levantándole el dedo al Nuncio.
ALFREDO URDACI, PERIODISTA
