CAROD Y LOS CABESTROS

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Cabestros. Dice Erkoreka que hay que tenerlos en el redil. Y ríe, con esa sonrisa en la que se le ve el chuletón entre los dientes. Parece que en lugar de decirlo en el Congreso lo está escupiendo en la barra del ‘batzoki'. Los cabestros, en su pueblo, llevan pistola, y tienen sus nombres escritos en las plazas del pueblo, como ese Argala, que preside la de Arrigorriaga, y tantos otros. Cabestros célebres fueron Sabino Arana, Arzallus, el gran Telesforo de Monzón que empezó republicano y terminó haciendo el paseíllo con los cabestros de Herri Batasuna. Cabestro ha sido muchos días Anasagasti, el que dijo que el Rey no trabaja, él, que no ha dado un palo al agua en su vida. Erkoreka puede ser un buen pastor de cabestros: es jefe de un grupo parlamentario, ¡pena que haya perdido a uno de sus bichos en estas elecciones.

Cabestro es Carod, el Carod de la corona de espinas, el Josep Lluis aquí y en la China, el que se sentó con Eta en Perpignan para la tregua parcial sobre Cataluña, el que el 11 de marzo de 2004 dijo en la SER que había que negociar con Eta, eso es lo que dijo aquella mañana aciaga. Ahora se va. ¿Que se va? ¡Quiá! NO nos libraremos de él: quiere dejar cargos para ser candidato a las elecciones generales. Lo delictivo del nacionalismo es su capacidad de ser pesados, su contumacia en la estupidez y en el sectarismo, su aborregamiento de masas. Condición idéntica a la naturaleza de los cabestros.

ALFREDO URDACI, PERIODISTA

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