EN LA SELVA CON EL LEGENDARIO TIROFIJO

tirofijo.jpg
Publicidad
Cargando…
Publicidad no disponible

Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo, fue el guerrillero más veces asesinado de América Latina, y el más vivo. Esta vez no pudo sobrevivir. Según confirman las FARC un infarto acabó con su vida. El ejército colombiano también ha confirmado su muerte. A sus casi 80 años, el legendario Tirofijo reinó en la selva colombiana sobre aproxadamente el sesenta ciento del territorio del país. Allí donde el campesinado le protegió y las fuerzas armadas son emboscadas y asesinadas cada vez que intentan hacer algún escarceo. Este indígena puro, de mirada fija, esquinada y terrible, sentía como suya y legíta la fuerza de los Kalashnikov para poner la paz y la justicia social en un país históricamente sacudido la violencia.  

Allá los años 90, me acogió como periodista invitada en su recóndito campamento, cercano al distrito colombiano de El Meta.

Espartano, directo, hombre de pocas palabras, en los días que compartos rancho y letrina, dejó claro que para él la vida era una revolución y que no pestañeaba a la hora de ordenar una ejecución colectiva contra una población entera, sólo que los soldados del ejército regular entraron y pidieron comida a los campesinos. Durante las cuatro semanas que conviví con las FARC, Tirofijo apenas se comunicaba con monosílabos. Tenía fama de poseer una mujer en cada campamento clandestino. Pero a mí me presentó a una chiquilla campesina, sencilla y muy entregada, que hacía las veces de su mujer. 

Algo que contrastaba con la locuacidad de los otros comandantes en jefe, Jacobo Arenas (que murió de viejo) y Raúl Torres (abatido recientemente), ambos mucho más occidentalizados, que convivían con mujeres glamurosas con otro tipo estándar.

Mientras charlábamos, ellas no dejaban de filmarnos con sofisticadas cámaras de video y de amenizarnos con los últos hit musicales. 

Arenas era el comandante más internacional. Le sacaban frecuentemente de la zona acotada guerrillera, lo cual es muy peligroso y casi una condena de muerte, para viajar a Moscú, donde tenía, en aquel entonces, estudiando a su descendencia. A los pocos años murió. Lo mismo que le sucedió a Manuel Pérez, jefe del ELN, el zaragozano y mítico cura Pérez, que tras sobrevivir a múltiples emboscadas, lo mató la hepatitis C en su propio lecho. En cuanto a Raúl Torres, segundo comandante, fue abatido el ejército Colombiano en una incursión a Ecuador, lo cual generó una guerra diplomática entre ambos países.

Hace unas semanas los familiares de Clara Rojas y de la senadora Consuelo González estuvieron de enhorabuena. Fueron liberadas vivas. 

Es raro y atípico que un operativo de liberación de canjeables de alto rango político culmine con éxito. Lo que no sucedió, con Diana Turbay, periodista e hija del expresidente Turbay Ayala, que fue asesinada durante el operativo de rescate allá el año 90 y que tan magistralmente retrató en su novela Noticia de un secuestro el colombiano excelencia, Gabriel García Márquez. Colombia y sólo Colombia puede felicitarse a sí misma haber logrado con éxito la liberación de estas dos rehenes tras más de cinco años alejadas de sus familias. En cuanto al papel del presidente venezolano Hugo Chávez, pletórico ante el mundo como el gran salvador, cabe preguntarse qué ha ofrecido a cambio para alentar su gigantesco ego. No conviene olvidar que las obsoletas guerrillas de las FARC se sustentan con el dinero del narcotráfico y las armas suministradas tanto los Estados de la extinta Unión Soviética como la Cuba de Castro. En ese sentido, el derechista e inflexible presidente colombiano, Álvaro Uribe, se ha litado a mirar políticamente para otro lado, en favor de una resolución feliz con fines humanitarios. 

Cada uno puso de su parte, pero las que ganaron fueron las familias, que al final pudieron abrazar a sus mujeres liberadas y vivas.

Con la muerte de Tirofijo, el comandante jefe firmemente más partidario de mantener a los rehenes, quizá el gobierno colombiano pueda albergar esperanzas de próxas negociaciones para liberar a la secuestrada, Ingrid Betancourt. No conviene olvidar que casi dos mil personas, políticos y militares, siguen en manos de las FARC.

 
Publicidad
Cargando…
Publicidad no disponible
Publicidad
Cargando…
Publicidad no disponible
Salir de la versión móvil