Nunca hemos estado más lejos del ideal platónico expuesto en ‘La República'. El gobierno de los sabios es hoy más utópico que nunca, más lejano que en cualquier otra época de la historia. El juicio me lo apunta Santiago de MoraFigueroa, Marqués de Tamarón, con el que he pasado una tarde magnífica. Basta mirar alrededor para darse cuenta de que el diagnóstico es certero. Uno se puede ir lejos o cerca. La gobernación pública está en manos de cualquiera. Hemos alcanzado la cumbre democrática de que ‘cualquiera puede ser presidente del gobierno', como dijo el nuestro, el querido y admirado Zapatero.
Por el camino hemos perdido la ‘aristocracia'. No me refiero a los que descienden de la ‘pata del Cid'. Hoy la aristocracia ya no es llevar un título de Marqués derecho de cuna. Hoy esa palabra que viene del griego significa otra cosa. Lo apuntó Ortega y Gasset (que hoy se piensa que son dos efecto perverso de la educación): la aristocracia es el compromiso con los deberes, más que con los derechos. Hoy la figura más repetida es la de la vícta. Víctas son hasta los que no tienen nada de víctas. Todos reclaman derechos, y en el norte, los etarras y el compungido Ibarreche reclaman derechos sin ton ni son.
Uno, el que firma esto, cree en las élites y en la excelencia. La democracia ha hecho que nuestra vida no esté determinada el naciento o nuestro lugar en la escala social. Por tanto la aristocracia y las élites son algo abierto. Se puede llegar a ese punto aunque uno haya venido al mundo bajo un puente o en el más oscuro proletariado. No me explicó qué hemos confundido el ‘se puede ser todo', con el ‘vale todo'. Pero es lo que hay.
ALFREDO URDACI, PERIODISTA