Aparecen los preros copos de nieve que indican la llegada del invierno y con él, acto seguido, y sin que casi nos demos cuenta… la Navidad. Y como el musgo que crece en la piedra húmeda, estas fechas empiezan a desperezarse, a salir de sus cuevas, ellos.
Han estado hibernando, o, siendo un poco más precisos, sumidos en un medio letargo desde donde escogen con cautela cada una de sus incursiones en el ‘mundillo', no vaya a ser que se les vea demasiado y todo el negocio se vaya al garete. Pero el invierno es crudo (y más éste, que se presenta con crisis incluida). Por eso empiezan a pulular, ora aquí, ora allá, ora acullá…
Cada uno en su estilo, claro está, pero todos, al fin y al cabo, perfectamente identificables que les acompaña ese halo, esa petulancia que arrastran las esquinas y que enmascaran bajo un rictus perturbable que en realidad sólo refleja estulticia o sple bobaliconería.
¿Son murciélagos? No, los murciélagos somos nosotros. ¿Quizás zorros astutos? ¿Aves carroñeras…? A lo mejor sples avestruces ya que entierran la cabeza a la mína ocasión. Los veremos en estas fechas, empiezan a proliferar doquier…
Los murciélagos nunca duermen…