Ella se revolvía en el suelo, a su alrededor, cristales rotos, jeringuillas llenas de dolor y muerte, una botella sucia de cerveza que había servido para traer el agua de un charco cercano, una cuchara de calamina mordida el uso, restregada las piedras para estar otra vez preparada (como un atestado de la Policía). Entre el hedor a muerte se movían unos plásticos, cualquiera que pasase allí habría tirado una piedra… Julia se giró y pudo comprobar como a unos pocos metros, además de moverse unas bolsas repugnantes, salía un pequeño grito de vida. En su estado pensó que era mejor pasar, todo era demasiado lejos, estaba demasiado profundo, le molestaba tener que volver a girar, odiaba el olor de su cuerpo, y había perdido el recuerdo de cualquier sustancia que no fuese ladrillo, talco (en el mejor de los casos) o raticida, con el que los otros drogadictos cortaban el material. Sabía que tenía que hacerlo, pero no lo entendía.
Años atrás, Julia fue profesora de reinserción de niños con problemas, no pudo sotar la muerte de uno de ellos (estuvo cinco años en tratamiento médico psiquiátrico), y tampoco la pérdida de su compañero sentental, que murió en un trágico accidente cuando intentaba ayudar a un niña de diecisiete años y 364 días, a bajar de una torre de alta tensión…
Julia había contraído el SIDA, pero sabía que lo que se movía allí no era una rata o cualquier otra alaña a la que estuviesen acostumbrados. Tenía registrado en su cabeza ese olor, pero no lograba conectar sus neuronas, el caballo pasaba cuentas a cada instante, se volvió a mover y sus ojos se fijaron en una etiqueta sucia, gastada… pudo leer glucosado y su cabeza empezó a recordar, lo único que no la dejaba entender era que sus pituitarias estaban fundidas de olores nauseabundos, y necesitaba poder inspirar aire algo más puro. Levantó su cabeza y volvió a oler lo que había detrás de las bolsas… La levantó un poco más y una pequeña brisa de aire fresco entró en sus pulmones, rápidamente se dio cuenta, aquello que se movía era un ser humano… Arrastras, se acercó con torpeza, y no dudó en levantar de un tirón aquel manojo de suciedad. Debajo, como había supuesto, se encuentra con un bebé intentando aferrarse a la vida…
Y el relato, más o menos podría continuar contarnos que el niño que hoy se llama Luis y trabaja de peón en una empresa del Corredor del Henares, tuvo en su vida algunas pocas otunidades. A su enfermedad mental hereditaria, hay que añadirle su paso diferentes centros de formación de menores. Centros que están tutelados la política que se hace en los grandes despachos, y desde la que FRIVOLAMENTE se defiende llevar al terreno de lo público, lo que lo público nunca atiende.
El ejemplo es claro y revelador, cuando sabemos y conocemos empresas del juego que patrocinan a grandes equipos (Real Madrid) y no pagan puestos, qué hacemos los ciudadanos. En contraposición organizaciones como la ONCE, que realiza una acción social NECESARIA, y de la que el Estado se desentiende, tiene que pagar y ver paralizadas inversiones en mejora y asistencia. Si mañana tienes la desgracia de perder la vista, en la ONCE encontrarás un equipo de seres humanos dispuestos a sacarte del hoyo. Te ofrecerán ayuda, cariño, fortaleza, trabajo… Y, mientras esto no nos ocurra…
En el caso de Luis, estuvo en Aldeas Infantiles, pasó dos centros de la Fundación O’ Belén. Estuvo a punto de ir en varias ocasiones a la cárcel, y pasó de ser una persona perseguida, marginada y socialmente repudiada, a un hombre que hoy tiene un bebé de 4 meses al que adora, y una mujer con la que comparte sus peores pesadillas, y sus mejores sueños.
Hoy, Julia y Luis se ven a menudo. Julia ha vuelto a la vida trabajando en una ONG para ayudar a niños, que como Luis se merecen una otunidad.
A volar con IBERIA…
Y siempre PONLE FRENO…
Pedro Aparrico Pérez
director de prnoticias.com
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