OBAMA Y EL NOBEL DE LA PAZ

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Como todos, creo, he tomado nota de la siguiente noticia que cito textualmente de The International Herald Tribune: “Obama gana el Nobel de la paz, sus llamamientos para reducir el arsenal nuclear mundial y trabajar en favor de la paz”.

Me ha llamado profundamente la atención que le hayan concedido a Obama tal distinción, y tales motivos. Recién leídas las memorias y los diarios Presidenciales de Ronald Reagan, recordé que, esos mismos motivos, le podían haber otorgado el galardón a dicho Presidente hace 30 años. Y, las mismas razones, incluso a Presidentes tan distintos, que ya vivieron bajo la amenaza nuclear como Roosevelt, Kennedy, Johnson, Carter y Clinton (todos demócratas). Dejo fuera a Truman que fue él quien ordenó lanzar las dos bombas nucleares sobre Japón, para “finiquitar rápidamente” la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, en agosto de 1945. Pero también a los presidentes republicanos norteamericanos como Ike, Nixon, Ford, Reagan, George Bush padre y George Bush hijo.

Todos estos presidentes norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX, y principios del actual siglo, tienen en común que, citando a los suecos de la Academia, han “hecho llamamientos para reducir el arsenal nuclear y trabajar en favor de la paz”. Si se trata de “hacer llamamientos”, puedo afirmar con rotundidad que a todos esos presidentes se les tenía que haber dado también el Nobel de la Paz. Invito a quien lo desee a que la monumental obra de Stephen Graubard, recientemente actualizada y publicada Penguin & Allen Lane: “The Presidents: the transformation of the American Presidency from Theodoro Roosevelt to George W. Bush”.

En este libro de mil páginas, formato grande y letra pequeña, el autor muestra las grandezas y las miserias de los Presidentes norteamericanos: Teddy Roosevelt es el gran transformador de la democracia americana que conocemos hoy, con sus pesos y contrapesos en búsqueda del equilibrio entre los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. Wilson inspira La Liga de las Naciones, con la típica naive, pero “noblona”, intención americana de acabar con las guerras e instaurar, para siempre, la Paz en el Mundo (éste sí que se mereció el Premio Nóbel).

FDR, fue el gran Roosevelt que sacó América de la Gran Depresión, con su New Deal y, como reconoció Ronald Reagan muchos años después, “dio a América una esperanza, en sus horas más negras”. Ganó, aunque, no vivió para verlo, la Segunda Guerra Mundial, frente al nazismo y al fascismo, aunque no supo ver como sí apreció el premier británico Churchill, la amenaza del comunismo soviético, la Guerra fría, los campos de concentración de Siberia y los horrores del estalinismo. La expresión “el telón de acero”, como todos saben, es de Churchill, quien en una frase tan breve, encapsuló más de medio siglo de Guerra Fría y amenaza nuclear. Roosevelt declaró la Guerra a las Potencias del Eje, tras el que él denominó “día de la infamia”, o lo que es lo mismo, el día del ataque japonés a Pearl Harbour.

Truman, también demócrata, rindió a los japoneses mediante el lanzamiento de dos bombas nucleares. Hay consenso tanto en la opinión pública americana (ganó las elecciones tras la guerra; hay encuestas con evolución histórica desde finales de los años cuarenta hasta el día de hoy) como en los historiadores norteamericanos, en que Truman hizo lo que debía, según la perspectiva americana, insisto: esas dos bombas nucleares evitaron la muerte segura de cientos de miles de marines americanos. La cuestión, es que los japoneses y, con ellos, muchos otros no piensan lo mismo y que, con la amenaza nuclear, se abrió un enorme dilema moral en la Humanidad, que ha durado hasta nuestros días. Y, sobre todo, es una cuestión que ha tenido en vilo al planeta durante décadas, ante el miedo a una hecatombe nuclear. A Truman no le darían el premio Nobel de la Paz, creo. Inició, y acabó, la Guerra de Corea, que costó miles de vidas americanas, y cientos de miles de vidas coreanas (Norte y Sur del Paralelo 38; cientos de miles de vidas chinas, también). A este respecto, recomiendo vivamente leer “The Cold War, de Ronald E. Powaski”.

“Ike” consiguió dos mandatos presidenciales. Fue héroe de guerra, como Comandante Supremo en Europa de las Fuerzas Aliadas en la Segunda Guerra mundial. Creó, durante sus dos presidencias, la red de infraestructuras más formidable nunca jamás construida, en Estados Unidos: sobre la que inició FDR con el New Deal y, sobre la cual, Obama pretende hacer mejoras ahora para revitalizar la economía. En su discurso de despedida, en 1960, Ike recordó a los americanos de las amenazas “del complejo armamentístico americano, que está tomando control de las Fuerzas Armadas y del país”. Ike había visto la guerra con sus propios ojos; me refiero a los horrores de la guerra, así que no se metió en ninguna, y se dedicó a buscar la prosperidad económica de los americanos…, y la paz. Voto a favor de un Premio Nobel…, para él.

Con Kennedy, (baste leer “An unfinished life”, de Robert Dallek, la biografía más actualizada de JFK), llegó la Corte de Camelot, y el lujo y el glamour de la “dinastía americana de la familia Kennedy”. Prer presidente católico, lucha los derechos civiles de los afroamericanos, de los pobres; incrementa el gasto nuclear para alcanzar la paridad con el arsenal soviético; vivos el incidente de Bahía de Cochinos y la fallida invasión de Cuba (iniciada la CIA bajo el mandato de Ike y abortada él, Kennedy); la crisis de los Misiles de Cuba, las negociaciones en Viena con Nikita Kruschev; la ilusión de hacer llegar un hombre a la luna antes de que acabe la década de los sesenta… y su infame asesinato. Kennedy incrementó el gasto militar y mandó asesores militares a Vietnam. Pero habló de conseguir la paz, reducir la pobreza y acabar con la amenaza nuclear: como a Obama, ya le podían haber dado el Nobel, aunque fuera a título póstumo. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, en 1.000 días de presidencia (como recuerda su biógrafo y amigo Arthur Schlesinger), a Kennedy le dio tiempo a hacer muchas cosas (buenas, altas de mira y nobles) y dejar otras igualmente formidables, encarriladas: Obama, contraste, sólo lleva 9 meses en el cargo y, “sin haber demostrado aún”, cuenta en su haber con un Premio Nobel de la Paz…

Jorge DíazCardiel

Director Corativo y Opinión Pública

Ipsos Public Affairs España

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