Michelle Obama

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Sin lugar a dudas, Michelle Obama no había pensado nunca en que su marido fuera Presidente de los Estados Unidos. Por tanto, entre sus planes, no estaba el llegar a ser First Lady. Más aún, lo que ella y su marido representarían, ser la Prera Dama Afro Americana de los Estados Unidos no estaba entre sus objetivos.

Descendiente de esclavos del Estado de Carolina del Sur, en épocas previas a la Guerra Civil, Michelle Obama siempre luchó conseguir el sueño americano: “that, if you work hard, you can achieve what you want to do; that you do what you say that your are going to do”, afirmó Michelle Obama en la Convención Nacional Demócrata en que su marido, afro americano y de nombre musulmán, iba a ser nominado, elegido, como Candidato Demócrata a la Presidencia de Estados Unidos. Esto sucedió en agosto de 2008; yo fui testigo ocular y pude apreciar que, lo que para Michelle ni siquiera había sido un sueño relativamente poco antes, ahora era una realidad acariciada, cercana.

Y, efectivamente, Michelle siempre ha demostrado que, con trabajo esforzado, ha podido conseguir los objetivos que se ha propuesto. De familia humilde proveniente de un barrio pobre de Chicago, estudió en la Universidad de Princeton y obtuvo un Doctorado Harvard Law School. Ahora es una de las tres Preras Damas (junto a Laura Bush y Hillary Clinton) que tiene un Doctorado.

Michelle es la expresión de la lucha positiva conseguir un objetivo elevado: alcanzar la paridad entre hombres y mujeres; conseguir equidad para las minorías; buscar una mayor justicia social y otunidades para todos. Michelle no es socialista, ni comunista: es Norteamericana, Demócrata y ama a su País. Desde que su marido hizo público su deseo “of running for President”, a principios de 2007, Michelle ha tenido que luchar con denuedo demostrar que ella no es una “angry black woman”, como la calificaron muchos medios de comunicación, tras su famoso discurso. Conforme Obama iba consiguiendo objetivos en la campaña electoral, ella se mostraba más satisfecha. Un día dijo que, vez prera en su vida adulta, “se sentía orgullosa de su país”. Tuvo que matizar sus palabras. Los medios de comunicación se le echaron enca. La acusaron de antipatriota. Es un cliché, un tópico, pero hay que haber vivido en Estados Unidos para saber la carga de profundidad que lleva consigo la acusación de ser una “angry black woman”. Es resentiento, es odio racial, es odio social condensado de siglos. Michelle no quería ser identificada con todo eso y tuvo que dar explicaciones. La campaña de Obama emitió una nota informativa en que daba razón de las verdaderas intenciones de Michelle. Evidentemente, las repercusiones electorales negativas que pudieron haber tenido esas palabras de Michelle para la candidatura de su marido hubieran sido desastrosas. Hasta Laura Bush salió en su defensa: “cuando estás en campaña electoral, todo lo que dices es observado atentamente, y muchas veces distorsionado. Yo no creo que ella quisiera decir que no se sentía patriota u orgullosa de su país”. Las diferencias ideológicas entre las dos mujeres son muy grandes, pero Laura quiso echarle un cable a Michelle y ésta, ya Prera Dama, le ha correspondido de la misma manera.

Cuando Barack Obama estaba a punto de ser nominado como candidato presidencial de su partido, Michelle ya pudo afirmar sin tapujos lo que verdaderamente pensaba: que su marido, un afro americano, pudiera ser Candidato y potencial Presidente del país más poderoso de la tierra (e, históricamente, uno de los más racistas), era una revolución cósmica de tal magnitud que le hacía sentirse enormemente orgullosa de su Nación.

La realidad es que Michelle nunca se ha sentido cómoda con las campañas electorales, ni con la carrera política de su marido. Una vez le preguntaron qué es lo que más le gustaba de su participación en las campañas. Su respuesta fue elocuente: “he visitado tantas habitaciones de tantos sitios distintos, que he aprendido mucho de decoración”. Sin embargo, “la campaña”, la “causa” le exigieron que Michelle se plicara en la campaña electoral de su marido: que diera discursos, que apareciera en los meetings, que concediera entrevistas a los medios. Y lo hizo, pero poniendo sus condiciones: prero, Obama tenía que dejar de fumar. Y Obama cumplió. Segundo, lo prero es la familia, las dos hijas del matronio. De tal manera que la plicación de Michelle en la campaña nunca tenía que poner en peligro la conciliación de la vida familiar con la profesional.

Michelle es una verdadera trabajadora, pero enca de todo, es madre y esposa. En ese sentido, Michelle es el “auténtico descanso del guerrero”. Sin ella, Obama tendería a trabajar y trabajar y trabajar. Porque le apasiona lo que hace. En el 2008, dedicándose a la campaña electoral, En el 2009, en la gestión del país, en la Presidencia. Ella es la que le recuerda que él también es esposo y padre y que su familia no debe sufrir como consecuencia del trabajo del marido. Michelle no es sólo role model para muchas mujeres norteamericanas (trabajadoras, afro americanas, esposas, madres, etc). Es también brújula para su marido, de manera que Barack Obama no pierda nunca el rumbo. Ella es la que se encarga de recordarle que, en la Casa Blanca están de paso: no es su residencia permanente. Su hogar de verdad está en Chicago (Illinois).

En esto la actitud de Michelle, de los Obama, en general, contrasta enormemente con la de los Clinton. Estos, hasta cuando dejaron la Casa Blanca, se llevaron los muebles: evidentemente, tuvieron que devolverlos y, además hubieron de pagar una multa llevárselos. Tal era su apego la Casa Blanca. Más aún, ocho años después de que Bill Clinton dejara de ser Presidente, Hillary reivindicaba que “now, it’s my turn”. El principal enemigo de la candidatura de Obama, no fue John Mc Cain, al final del camino, sino Hillary, al principio. El enfrentamiento entre matronios (la dinastía o “franquicia”, como la denomina David Plouffe, Director de Campaña de Obama en su recientemente publicado “The audacity to win”, 2009), los Clinton y los Obama, pudo haber acabado en una seria escisión del Partido Demócrata. Los Clinton reivindicaban lo que, entendían, era suyo, les pertenecía derecho propio. Los Obama querían un cambio radical: de nombres, de caras, de políticas, de dinastías, de color…

Las críticas de Hillary y de Bill Clinton a los Obama fueron despiadadas, durante la campaña electoral del 2008. Sentían que la Presidencia (que finalmente hubiera sido suya de no haber existido Barack Obama) se les escapaba de las manos a favor de un auténtico desconocido. Hace escasamente ocho años, Obama no tenía apenas dinero. Según The Economist, “no le concedían tarjetas de crédito que no tenía suficientes activos”. En vísperas de la campaña presidencial, Obama, autor de dos libros autobiográficos (Dreams of my father y The Audacity of Hope) y senador Chicago, ingresaba (según la Hacienda americana, IRS) casi un millón de dólares al año. Ya no era tan pobre. Y, además, Obama ya no era un desconocido: al contrario, se convirtió en una celebridad que, incluso amenazaba con apartar de su lugar en la Historia al legado del anterior Presidente demócrata, Bill Clinton.

 

Michelle no ha estado ajena a la polémica, durante los dos últos años. A Hillary Clinton (qué tontería), le criticaban continuamente, su forma de llevar el pelo. A Michelle le echan en cara que acude a algunos de los diseñadores de ropa más caros y famosos de América. Algunos, en clave positiva, la comparan con Jackie Kennedy. Otros, críticos, la asemejan a Nancy Reagan.

La realidad es que Michelle reivindica el ser ella misma. Esto ha significado, en este prer año de mandato presidencial de su marido, el identificar su labor como Prera Dama con tareas que, alejadas de la gestión del Gobierno (“I am not a senior political advisor”, ha dicho varias veces), procuran ser útiles a la sociedad. Michelle Obama, más que ninguna otra Prera Dama antes de ella, procura estar cerca de causas sociales (de las familias, de los desfavorecidos) y de los militares. ¿De los militares? Estados Unidos es un país en guerra. Más allá del coste económico de las guerras de Irak y de Afganistán (que el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz cifra en tres trillones de dólares, en el caso de la guerra de Irak, solamente), existe el coste humano, familiar, social, de tres millones y medio de americanos que experentan de cerca el drama de la guerra. Tan sólo los tontos, los ignorantes, encuentran gloria en la guerra. Sufriento, dolor, pérdida, heridas, es lo que se experenta. Michelle quiere estar cerca de las familias que tienen soldados en las guerras en que América está aún involucrada. Dar aliento y esperanza. También en esto, Michelle, es el descanso del guerrero.

Jorge DíazCardiel

Director Corativo y Opinión Pública

Ipsos Public Affairs España

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