La violencia contra medios y periodistas se amplifica como si los estallidos de dinamita fueran captados los micrófonos, multiplicados el tiraje de periódicos o emitidos en horario pre te de televisión. O tal vez sea todo esto a la vez, eso la violencia contra medios y periodistas es frecuente.
La bomba que estremeció el edificio de Caracol Radio y la agencia EFE en Colombia, cinco días después de la investidura de Juan Manuel Santos como presidente, evidencia la intención de derrumbar cualquier intención de diálogo entre el gobierno y la guerrilla, presunta autora del atentado.
Mientras transmitían en vivo, los periodistas fueron testigos involuntarios del atentado que produjo una decena de heridos y enormes daños materiales. Con valentía y profesionalismo continuaron en antena, demostraron que la violencia y el miedo no podrán evitar que sus voces sigan informando.
Es evidente que el coche bomba era un recado para el nuevo gobierno, que prometió ser duro en el combate al terrorismo. Aún así, una vez más la prensa fue el medio elegido para transmitir el mensaje ¿A alguien se le ha ocurrido pensar qué los medios y periodistas son destinatarios habituales de los atentados? Hace un tiempo un colega iba a viajar a un país con problemas de terrorismo y le aconsejaron que no lo hiciera que un periodista extranjero resulta un blanco ideal, un rehén apetecible en el mercado de la extorsión.
Muchas veces los medios o sus profesionales son objetivo directo de la violencia debido a sus opiniones, investigaciones o publicar informaciones que alguien no quiere que se publiquen. Esta situación es inaceptable, pero aún es peor, si cabe, cuando los medios quedan en mitad de dos trincheras que se enfrentan violentamente y los profesionales se transforman en daños colaterales, consecuencia de una guerra que no les pertenece pero mancha a toda la sociedad.
La violencia en Colombia está latente. El actual presidente, combatió duramente a la guerrilla cuando era el ministro de defensa de Alvaro Uribe, y parece que la guerrilla no está dispuesta a renunciar a la vía armada y se propone plantarle cara no solo en la selva amazónica sino en la propia capital del país. Tampoco escapa a nadie la existencia de grupos armados narco – paramilitares que amedrantan, amenazan y ejecutan asesinatos con enorme violencia y protección en algunos casos.
El peligro es que se desate una guerra, más o menos explícita, y que los civiles se transformen en rehenes. Toda la sociedad colombiana es responsable de evitar que no se produzca. La violencia solo genera víctas, nunca triunfadores. Los colombianos todos, los que pretenden fundar una sociedad diferente, las fuerzas de seguridad, gobernantes y periodistas deben dialogar y pelear con argumentos para evitar que la sangre se derrame. Si el diálogo no produce resultados, más diálogo. Nunca bombas.
Carlos González Palacios
Periodista