Los despidos de la prensa vistos con los ojos de un periodista

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Estado Sr. Aparicio:

Aunque no siempre coincido con usted y a mucha honra para ambos, que este negocio de nuestros penares se basa en la pluralidad sigo desde hace años su medio sobre los medios de comunicación con sumo interés. (RESPUESTA REFERIDA AL EDITORIAL BIEITO Y VARGAS SE ‘CARGAN’ ABC)

 

Muchas veces he pensado en escribirle pero, una razón u otra, siempre lo dejaba para mejor ocasión. Pero lo que ha acabado decidirme ha sido su artículo de opinión sobre lo que se está cociendo en ABC.

 

Vaya delante que comparto 100% el artículo, empezando la idea básica de su argumentación. Todo medio que desprecia el conociento y, en eso, la veteranía es mucho más que un grado, va derecho al suicidio, como medio y como negocio.

 

Pero, aunque lo que usted cuenta es ciento ciento verdad, le escribo para decirle que, en mi opinión, no es toda la verdad. Al menos, visto desde la perspectiva de un humilde redactor de provincias.

 

Humilde, si, pero orgulloso de formar parte de la que, a mi juicio, y sin áno de faltar a nadie, es la mejor escuela de periodismo que existe. El periodismo más cercano al lector, el que te obliga a tocar todos los palos y buscarte la vida las 24 horas del día, 365 días al año.

 

Pues bien, visto desde la lejanía de las provincias, lo que se cuece en ABC y en otros medios nacionales es, splemente, la crónica de una muerte anunciada y, en algunos casos, merecida. Es evidente que, a título individual, nadie se merece que le planten una carta de despido después de 20, 30 o 40 años de entrega a una casa y a una línea editorial. Pero, como colectivo, como grupo, lo que está pasando en el sector nos lo hemos ganado a pulso, nosotros solitos.

 

La gente ahora se tira de los pelos que ruedan cabezas en los grandes. Pues un servidor lleva viendo más de 10 años de siega en los medianos y pequeños, incluso en los tiempos de supuesta bonanza económica, y no recuerdo, salvo unos poquísos casos, la mayoría a título individual, que esos compañeros de Madrid saliesen a la calle a jugarse nada nosotros.

 

Es más, le diré que, durante años, fui falso autónomo de uno de esos grandes medios, y no recuerdo que ningún veterano, de esos de los grandes salarios, me echase un cable.

 

Ahora, cuando yo ya soy veterano, cuando este noviembre voy a cumplir 45 años y 20 años de ejercicio profesional, recuerdo mis tiempos de novato, las reuniones de las asociaciones de la prensa a las que pertenecido y aún pertenezco, las asambleas de los sindicatos a los que me afilié y a los que sigo afiliado, las movilizaciones en las que participé y en las que aún estoy dispuesto a participar y me pregunto: ¿dónde estaban los veteranos de las grandes capitales?

 

Y la respuesta es sple: encerrados en su torre de marfil, viendo la escabechina desde la capital, a lo sumo vertiendo alguna lágra de cocodrilo cuando a los demás nos masacraban. Como si la cosa no fuese con ellos, como si las grandes capitales fuesen inmunes a los bajos salarios, a las malas condiciones, a los EREs y despidos, como si todo eso fuese sólo propio de las provincias.

 

Ahora, llegan las vacas flacas para todos, incluso donde parecía posible. ¿Y nos tiramos de los pelos? En muchos medios grandes, era un secreto a voces que había dos redacciones, la ‘A’ y la ‘B’. Una, la de los veteranos, con salarios y condiciones dignas; la otra, llena de becarios, contratos obra y servicio y falsos autónomos. Y eso, señor Aparicio, lo han consentido los mismos veteranos que ahora salen la puerta; ahora, se dan cuenta de que la cosa sí iba con ellos. Pero ahora es tarde, muy tarde.

 

No nos engañemos, señor Aparicio. El principal problema del colectivo de los trabajadores de los medios es que no existe. Somos, hemos sido, una amalgama de individualidades, más o menos brillantes, pero no existos como colectivo, como grupo y ahora, uno uno, nos están dando la papela del despido sin que podamos hacer casi nada, que se lo hemos puesto a puro huevo, literalmente.

Pide usted explicaciones a la FAPE, a la APM, a los sindicatos. Pide usted en vano, que nadie se atreve a decir en voz alta lo que todos admitos a la hora del café. Nadie, absolutamente nadie en este sector, desde el más encumbrado de los editores a la señora de la lpieza, pasando todos los demás, tiene garantizado que dentro de uno, tres o cinco años vaya a seguir en esto. Incluyendo, cómo no, quien le está escribiendo estas líneas.

La única esperanza que me queda, señor Aparicio, es que el cataclismo que se avecina sea tan rotundo, tan devastador, que los que queden puedan partir de cero de nuevo, aprendiendo de los errores del pasado.

Por mi parte, pienso seguir dando guerra hasta que, también a mi, me toque recoger la papela de despido. Aunque sólo sea tener la ilusión, la vana esperanza de que alguien recoja el testigo de los pocos ingenuos que sí nos lo hemos tomado en serio y llevábamos años advirtiendo, como Casandra, de la que se avecinaba, sin que nadie nos hiciese ni puñetero caso.

 

En definitiva, que hace usted muy bien en clamar contra la ceguera de los editores, contra la ignorancia de los gestores, contra las presiones del poder y la potencia de quienes deberían hacer algo más para defendernos. Pero también hay que clamar contra nuestra propia ceguera, contra nuestra propia ignorancia, contra nuestra propia potencia. Contra nuestra propia insolidaridad.

 

Porque nos lo hemos buscado.

 

Emilio Fernández Castro
estrato.dos@gmail.com

 

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