Hemos visto la precaria lona de color azul que ha cobijado a la familia de Antonio Meño a modo de vivienda durante más de 500 días. Lo hemos contado varias veces en el periódico Gente, el mismo periódico desde el que hemos sido testigos día tras día del drama de una familia, adoptada en el barrio la fuerza de su tesón, a la que no ha doblegado el frío cortante del invierno ni el calor asfixiante de la plaza de Jacinto Benavente en verano. Desde la redacción hemos visto el cable que comunica el kiosco aledaño con el chamizo de los Meño, el que pasaba la corriente prestada para encender la tenue luz con la que iluminar la esperanza de Juana y Antonio, como un cordón umbilical al que se aferraron el día que, perdido todo, decidieron echarse a la calle frente al ministerio de Justicia para que su drama no cayera en el olvido. En varias ocasiones Juana subió al periódico a contarnos su historia, que llevamos a nuestros lectores. Antonio Meño, postrado en una cama desde que hace 22 años entró en coma tras someterse a una operación de cirugía estética de nariz en una clínica de Madrid. Prero en su casa de Móstoles, y cuando fue embargada para hacer frente a los 400.000 euros de costas judiciales, en la precaria cama que ha ocupado durante más de 500 días en plena calle. Antonio Meño entró sano en el quirófano y salió en estado vegetativo. Pudo ser a causa de una negligencia médica o de un accidente, pero el único que no es responsable de este estado es él. Cuántas veces, viendo la lona azul que guarece a Antonio Meño del resto del mundo, viendo la solidaridad de los vecinos de la plaza, del kiosquero que le presta la luz, nos hemos preguntado cómo puede ser que una familia que pierde a su hijo, independientemente de que se demuestre que ha habido negligencia o no, además pierda su casa y se quede en la calle. El daño irreversible de Antonio Meño, y lo que ha pasado su familia desde aquel fatídico día es motivo más que suficiente para que la justicia repare el daño causado. Cuando hay una demanda civil, el que pierde paga los costes judiciales que le han supuesto al otro. Es el sistema que tenemos, pero es manifiestamente injusto y se ha cebado con la desgracia de la familia Meño. Ahora hay una otunidad de resarcir estos años de frustración. El Tribunal Supremo ha dejado visto para sentencia el recurso de revisión de la sentencia que absolvía al anestesista y a la clínica. El veredicto podría anular esa sentencia y ordenar un nuevo juicio. Por Antonio Meño y su familia, y sobre todo Juana, la madre coraje.
Alberto Castillo
Director de Gente en Madrid