Una manifestación nos ha recordado estos días el tercer aniversario de la muerte de Carlos Palomino, el joven de 16 años apuñalado en el metro de Legazpi Josué Estébanez, un militar de ideología ultraderechista. Estébanez acudía a una manifestación del partido ultra Democracia Nacional y se cruzó con Palomino, que acudía a reventarla junto con otros amigos. El suceso conmovió a toda la sociedad la difusión de las ágenes captadas las cámaras del metro que mostraban cómo el condenado le clava una certera puñalada en el corazón, que acabó con la vida de Carlos Palomino. El cren marcó un antes y un después, ya que prera vez una sentencia aplicó la agravante de odio ideológico. Desde entonces, los nombres de ambos se esgren como mártires en los enfrentamientos entre radicales de izquierdas y derechas. Los últos, ocurridos con muy pocos días de diferencia. El pasado fin de semana, un joven antifascista resultó herido leve después de que fuera acuchillado en el glúteo otro de ultraderecha al grito de “Saluda a Carlos de mi parte”. El escenario, la misma estación de Legazpi. Apenas unos días después, una nueva agresión entre radicales en Valdemoro se saldó con otro joven de 16 años que recibió tres puñaladas en tórax y espalda propinadas dos individuos de ultraizquierda. La vícta, que vestía una sudadera con la bandera de España, se encuentra en coma inducido. Estamos asistiendo a un rebrote de la violencia entre grupos de ideologías contrarias en los que coinciden la temprana edad de los plicados. Pueden ser fruto de la casualidad o de un encuentro fortuito, pero proliferan en la red numerosas páginas y webs radicales donde abundan los foros que alientan este tipo de enfrentamientos y que son el caldo de cultivo ideal para alentar un sentiento de violencia que se extiende sin control. Es probable que no estemos prestando suficiente atención a este fenómeno y consideremos las agresiones entre grupos radicales como hechos aislados. Pero no hay que banalizar la situación. Es en momentos de especiales dificultades económicas y de crisis social cuando hay que extremar la vigilancia ante los episodios de intolerancia ideológica de uno y otro signo. Sin caer en demagogias ni alarmismos, hay que considerar igualmente la presencia de estímulos fuertemente violentos en las nuevas formas de ocio preferidas un público especialmente vulnerable, los más jóvenes, que pasan horas enfrentados a un enemigo virtual en forma de videojuego que alenta su conducta más agresiva.
Alberto Castillo
Director de Gente en Madrid