Mi pequeño tesoro

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¿Puede haber algo que inspire más ternura que un bebé, un recién nacido? Seguro que muy pocas cosas en la vida. Un neonato, que llega al mundo exterior desde la dulce y confortable cunita intrauterina, aparece como un ser indefenso, necesitado de toda ayuda y protección. Pues si esto es así con un bebé digamos normal, las sensaciones se multiplican cuando ese pequeñín viene antes de tiempo, cuando es un bebé prematuro que no ha podido llegar a la 3840 semana de gestación, que es cuando se considera a término un embarazo.

 

 

Estos niños tan frágiles y vulnerables necesitan de numerosos cuidados hospitalarios y de los grandes avances médicos. Y éstos son extraordinarios en los últos diez años en la llamadas unidades y UCIs de neonatología.

 

Por supuesto que todo esto es fundamental y así lo recoge el proyecto Hera, un plan de trabajo multidisciplinar activo en más de 60 centros españoles para plantar el modelo de cuidados centrados en el desarrollo del neonato y su familia. Pero pone el énfasis, como se demostró en unas jornadas internacionales celebradas en el hospital 12 de Octubre, de Madrid, en la grandísa tancia que tiene el apoyo familiar para que estos pequeños vayan saliendo adelante con rapidez y sin secuelas.

 

Y la gran revolución no tecnológica de los últos años en los cuidados de los prematuros es la enorme tancia de los afectos, especialmente del materno. La presencia física de la madre o del padre, sus abrazos y besos, sus mos, sus dulces palabras…, todo es un bálsamo para el pequeño, es una maravillosa medicina para él. Ese ser minúsculo e indefenso es inmensamente receptivo a las emociones y a la más leve muestra de cariño, y necesita sentirse muy querido para aferrarse a la vida. Absorbe como nadie ese hermoso volcán de afectividad que necesita.

 

Es en realidad un pequeño tesoro y un inmenso ser ávido de amor.


Mayka Sánchez

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