Dicen que una de las cosas que mayores satisfacciones crea a un periodista es el reconociento a su trabajo, y si está bien hecho, pues doble satisfacción. Muchas veces una felicitación vía mail es suficiente para sentir el reconociento, pero como dicen, las palabras se las lleva el viento. Por eso, los premios constituyen la institucionalización de ese reconociento.
Sin embargo, parece que algunos tienen mal perder. O splemente, no saben ganar. Porque para ganar un premio, no vale con hacer la pelota artes en las que algunos periodistas ‘sanitarios’ tienen amplia experiencia; también hace falta que el trabajo sea digno de reconociento, sino, sería como ‘echar margaritas a los cerdos’.
Precisamente, los premios Boehringer son ese galardón que reconoce el buen trabajo de los periodistas en salud, y ello, no es de extrañar que se ane desde la ‘patronal’ del sector a participar en ellos. Participar en estos premios, algo así como el Pulitzer sanitario español con sus diferencias, obviamente constituyen un esfuerzo dignificar la profesión y hacer de ella un espacio de rigor y buen hacer.
La soberbia, la envidia y, al fin y al cabo, el lucro, no son valores que se deben premiar. Muy al contrario, se deben sancionar. Para recibir un premio hay que merecerlo, y no recibirlo no se es peor profesional. Pero tampoco ser premiado la reputación de un profesional queda en entredicho. Y es que a esos mismos periodistas ‘sanitarios’, se les olvida que todos estamos en el mismo barco, y que todos deseamos lo mejor para la profesión, que en ella está nuestro bienestar. Y como dicen en las buenas competiciones: ‘que gane el mejor’.
Los murciélagos nunca duermen…