La belleza está en el interior

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Éranse una vez tres amigas inseparables. Habían sido brillantes estudiantes y habían tenido suerte para encontrar trabajo. Como a todas las jóvenes de su edad, les gustaba salir, ir a fiestas y, cuando llegaba el verano, broncearse y lucirse espléndidas ante los demás.

 

Pero aquí ya las cosas no eras iguales para las tres. Mientras dos de ellas estaban en su peso y podían vestir como les gustaba, la tercera vivía bajo la tortura de la bulia, que le había cargado con 20 kilos más. Además esta enfermedad hacía que el paciente se produjese tremendos atracones de comida, preferentemente todo tipo de dulces, para luego vomitar o tomar laxantes. Le seguía un profundo sentiento de culpa. Todo esto era un círculo vicioso. Un monstruo le había arrebatado el control de su voluntad. Era una marioneta  en manos de ese monstruo.

 

Ella también se veía como un monstruo a sí misma. Se odiaba, no se quería, había perdido la autoesta. ¿Para qué iba a ir a fiestas y salir con sus amigas si los chicos ni se le acercaban? ¿De qué valían su encanto y spatía, su rica conversación, su dulzura al hablar?

 

Entonces, ¿dónde está la belleza? A ella le parecía que los que afirmaban ese dicho jamás habían pasado ni de lejos una experiencia silar a la de ella. Porque, de ser así, cambiarían de opinión y sostendrían que la belleza está en el exterior, que para captar la del interior se necesita mucho más tiempo, y que, la mayoría de las veces, la exterior prevalece sobre la interior.

 

Mayka Sánchez

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