Líbreme quien me tenga que librar de querer convertirme en abuelo cebolleta, pero no tendría razón de ser este artículo si no me retrotrajera a mis comienzos en esto del periodismo en una agencia de prensa que, a decir de algunos, es un complemento ideal para poner en práctica lo mucho o poco que se aprende en las instancias educativas al uso.
Resulta que, en aquella época, surgió el debate sobre el empleo del femenino en la denominación de las profesiones a las que se empezaban a incorar las mujeres, tras cuatro décadas a erial franquista en este campo.
Recuerdo que el redactorjefe encargó un retaje sobre el asunto que incluía una encuesta para conocer que opinaba la calle sobre la denominación de médica, jueza, albañila o perita. El encargo del redactorjefe no era un asunto menor, en la medida en que llevaba incorado la exigencia de que la encuesta se debía hacer entre personal de suficiente nivel para que sus opiniones tuvieran peso y pudieran convertirse en referencia de los lectores. ¡Había que tener la mala leche de un redactorjefe para semejante exigencia!
Como el retaje era colectivo que en aquel entonces en una agencia todos hacían de todo, los de la sección de Detes se pusieron a la tarea de contactar con los más granado del sector, mientras los de las secciones de Tribunales, Política o Economía, hacíamos lo propio y dedicábamos buena parte de la jornada a compartir nuestra habitual tarea con sacar un par de respuestas al académico, al catedrático, al magistrado, al intelectual o al embajador. Todos ellos, gente que tenía algo que decir.
La encuesta y el retaje eran recogidas a la mañana siguiente la casi totalidad de los medios, cosa nada fácil dada la facilidad con que estos solían ignorar el origen de las noticias.
¿Que a qué viene este digresión?; pues a que cada vez que veo o escucho a ese grupo de anónas y anónos redactores de un informativo de televisión o de radio preguntando, alcachofa en mano, al ciudadano de la calle –miembro activo de la mayoría silenciosa sobre cualquier asunto menor, como que si recuerda la banda sonora de una película cualquiera, si sufre mucho con el calor o si piensa pasárselo bien de vacaciones en el Caribe, no solo cambio de canal, sino que me acuerdo que tengo que escribir un artículo como este. El nuevo periodismo alcalchofero e insustancial me provoca acidez.
Del periodismo alcachofero que se dedica a perseguir a famosas de peluquería o a manipular la realidad con fines torticeros para el programa del Jacinto José de turno o del humorista con pretensiones, mejor ni hablar.
Carlos Díaz Güell, es editor, profesor de la UCM y consultor de comunicación empresarial