Bueno, pues ya estamos en plena campaña, aunque los diarios, vistas sus tadas, están más preocupados lo que pasa en Cannes o en Grecia que los asuntos del país. Hemos llevado lo de Europa y, consiguiente, lo del euro, a tal nivel de esquizofrenia, que casi parece, o lo parece del todo, que sin eso que llamamos pomposamente Comunidad Europea la realidad no existe. Antes, el desasosiego nacional, era que no dábamos entrado. Vivíamos los tiempos en los que, al que nos servia el café y nos cobraba cincuenta pesetas, le llamábamos chorizo, o si lo prefieren, mangui. Luego vino el viejo Andreotti y nos metió con Grecia y Portugal en el Club, haciéndonos un gran favor y nos ruborizamos de emoción, incluso aquella noche algún exaltado, lo celebró con la parienta. Luego, ya dentro, descubros, que el del bar pasaba de pedirnos los cincuenta que nos cobraba el cortado a un euro de bellón, o sea unas 166 pesetas al cambio. Pero ¡mira!, no protestamos, que ya éramos europeos y eso no es lo mismo que ser un pobre español de mierda. Yo, como soy gallego y medio catalán, miré a ver, ese histórico día, si el sueldo aquel mes me lo habían subido en la misma proción que el precio del café y al comprobar que no era así me mosqueé. Y desde, entonces, sigo en silar coyuntura, que he podido darme cuenta que, casi todo lo que comemos, bebemos o nos transta ha pasado a costarnos procionalmente lo mismo que el tentempié de marras. Ahora, dicen los sabios, que toca asustarse que los griegos pueden irse de Europa, luego echarán a los italianos y tras ellos nos tocará a nosotros. Pues mire, a mi, que quieren que les diga, si eso sirve para que me vuelvan a cobrar el café cincuenta pelas, hasta me parece bien, y es posible que con tan buena noticia me acerque a algún miting a dejarme ilusionar los candidatos.
Manuel Fernando González
Editor y Director