La gestión de los silencios

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Felipe Portocarrero, Socio Director de Portocarrero & Asociados. Me confieso admirador del Abate Dinouart y de su librito “El arte de callar”, publicado en 1776. Sobre la premisa de que sólo se debe hablar cuando lo que se va a decir es más tante que el silencio, el Abate redacta un tratado sobre la retórica (cuándo y cómo se debe y no se debe hablar) muy fácil de leer, que debería estar en la lista de los mejores libros de psicología y autoayuda

 

Dinouart no es un místico ni un experto en el recogiento. Al contrario; es un hombre de mundo, versado en el arte de las relaciones humanas, que recomienda “gobernar o contener la lengua, otorgándole una libertad moderada” la más elemental prudencia y discreción. Graciosamente, se refiere a “la furia hablar como una enfermedad epidémica que ocasiona una especie de delirio”.

 

La discreción y la mesura de las palabras igualmente fueron alabadas entre otros Shakespeare, cuando escribió que “es mejor ser rey de tu silencio que esclavo de tus palabras”, o Disraeli, al decir que “hay personas silenciosas que son mucho más interesantes que los mejores oradores” o el mismo Twain, cuando escribió “mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda”.

 

Se habla mucho; demasiado, y se escucha poco; muy poco, en el mundo empresarial. Propongo, ello, releer al Abate Dinouart y a los abanderados del silencio y la discreción, y gestionar inteligentemente la escucha y los silencios. Estoy convencido de que si todos gestionáramos mejor los silencios, la comunicación sería mucho más fluida.

 

La gestión de los silencios pasa saber escuchar no sólo las palabras de los demás sino incluso sus silencios, que pueden llegar a ser tan o más expresivos que aquellas.

 

Gestionar el silencio nos permite pensar bien y estructurar adecuadamente lo que vamos a decir, en lugar de precipitarnos o atropellarnos en nuestro discurso.

 

Igualmente, nos permite fragmentar y partir las ideas y argumentos a exponer, para que nuestro, o nuestros, interlocutores puedan comprender y retener mejor nuestras palabras.

 

Y, la verdad sea dicha, dosificar y fragmentar nuestro discurso con pausas y silencios sirve para que no aburramos a quien nos oye con una verborrea innecesaria e inútil. Está demostrado que las personas desconectamos cuando oímos hablar a la misma persona más de tres minutos tiempo sin parar.

 

¿No es mejor que cada idea que nos interesa destacar sea espaciada, medio del silencio y de las pausas, de las demás, para que se le preste toda la atención que merece?

 

La correcta gestión de los silencios permitirá reflexionar a nuestros interlocutores en lo que les decos, sin sentirse desbordados una avalancha de ideas, generalmente mal estructuradas.

 

Finalmente, pero no menos tante, utilizar adecuadamente los silencios y las pausas les permitirá participar de forma activa en la conversación y decirnos lo que piensa de cada una de las ideas expuestas. ¿Qué utilidad tiene que hablemos la mayor parte del tiempo, sin permitir a la otra persona hacerlo y darnos su opinión de lo que le estamos contando?

 

Publio Siro escribió hace más de 2000 años que “el hombre que no sabe callar tampoco sabe hablar”. Comuniquémonos mejor gestionando inteligentemente los silencios.

 


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