La competitividad que aporta la responsabilidad social

xurxo_torres
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Entre los muchos liderazgos que detenta China, uno de los más atractivos es el del sector de automoción. Hablamos de un sector que tiene un pacto directo y positivo en atación al PIB, al empleo, a la investigación, desarrollo e innovación… Liderar el ranking mundial de países productores de vehículos es un dato muy reseñable. Por eso mismo, también lo son las grandes dificultades con las que se están encontrando las extaciones de vehículos chinos en todo el mundo.  Un aspecto que se destaca en el informe elaborado Torres y Carrera sobre el sector de automoción Los coches chinos parecen no encajar en las exigentes homologaciones de los mercados más desarrollados. Una situación que ha llevado a los dirigentes de este país a frenar sus extaciones hasta 2015 para intentar mejorar la calidad de su producto. 

 

 

Nos encontramos ante un apasionante ejemplo de los intangibles que definen a un producto. Los niveles de calidad de todos los fabricantes del mundo se mueven, definición, en parámetros globales que tienen que ver, supuesto, con el acabado del producto, pero también con aspectos como su huella en materias, aparentemente tan dispares, como el marco laboral, el pacto medioambiental o el valor tecnológico de su producto. Esto es, valores íntamente relacionados con la Responsabilidad Social de los tejidos productivos.

 

Desde que aterrizó en España como una práctica reglada, la Responsabilidad Social se ha interpretado como un activo de marca, como un valor añadido encaminado a satisfacer las demandas éticas de un consumidor cada vez más formado e informado. Todo el empeño de las organizaciones garantizar la máxa transparencia a sus grupos de interés ha tenido este punto de partida.  La Responsabilidad Social ha sido un área de trabajo muy ligada a la reputación de la compañía, lo tanto a la esencia misma de su identidad corativa. Con todo, en la historia reciente de la crisis (20082010), tenemos ejemplos claros de cómo la Responsabilidad Social era un campo abonado para los recortes presupuestarios tan obvio como ha sido, ejemplo, el de la Publicidad.  En la actualidad, se observa un repunte en la tancia que le conceden las organizaciones. Parece que el adelgazamiento del Estado de Bienestar, de la propia Cosa Pública, obliga a las empresas a buscar maneras de acreditar su compromiso con el entorno en el que operan de una manera más proactiva y eficaz.

 

Esta tendencia ha favorecido que incluso se acuñe el término de compromiso compartido. Según este concepto, todos, tanto empresas como individuos, tenemos que modular nuestra actividad profesional y personal hacia ese objetivo ideal de equilibrar la balanza de lo que se recibe y lo que se ata a la sociedad en la que vivos. En todo caso, se sigue tratando de un llamamiento ético. Como punto de partida es perfecto. El problema reside en su desarrollo más allá de su enunciado original. En esa evolución, la historia, especialmente la reciente, nos muestra la facilidad con la que el compromiso ético se convierte en una coartada estética.

 

Sucede que, mientras en el antaño conocido prer mundo discutos el rol que se le debe conferir a la RS en la gestión empresarial en el marco de la peor crisis económica de la historia moderna, los coches chinos no se venden en el exterior que el mercado no específicamente las normativas país sino el mercado  decide soberanamente que la trazabilidad de ese producto no le inspira confianza. Da la sensación de que nuestros debates sobre el perímetro y el alcance de la Responsabilidad Social han sido adelantados la izquierda y la derecha. Ocupados en discernir si la Responsabilidad Social debe ser Corativa (RSC) o Empresarial (RSE) la realidad la que tan tozudamente marca la viabilidad de nuestras hojas de ruta empresariales dicta su propia sentencia: Responsabilidad Social competitiva.

 

Un artículo de Xurxo Torres, director de de la Consultora de Comunicación Torres & Carrera

 

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