No lo leas, prefiero que me lo cuentes…

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Esto de ayudar a la gente a hablar en público, aunque sea cobrando, es casi como un castigo que, sin quererlo, te pasas el día analizando lo que hacen bien y mal, cómo lo hacen y qué lo hacen.

El vies asistí a la ceremonia de graduación de mi hijo Jesús (que se haya graduado en Bachillerato no significa que haya aprobado todas, ni mucho menos. Eso está ver).

 

En la ceremonia hablaron varias personas. Vamos a ver qué hicieron algunas de ellas y cómo podrían haber mejorado su discurso. Aunque no olvidemos que todos estábamos receptivos babeando con nuestros pequeños –la mayoría de los cuales nos sacan ya la cabeza–. En estas situaciones, los fallos que pudiesen haber tenido carecían de tancia para nosotros. Algo que no ocurre en nuestras empresas, pero sí en nuestros actos sociales y familiares.

 

El prero en hablar fue el director, que estuvo comentando la necesidad de que los chavales que se estaban graduando fuesen ‘buena gente’ en el futuro. Y habló de las virtudes de la educación en ese centro escolar, concertado.

 

Como es un colegio católico, la celebración religiosa no podía faltar. Y aquí la prera en la frente. Nada más empezar a hablar el cura se acopló el micrófono, durante dos o tres segundos, no más.

 

El pobre hombre, que le dio más tancia al tema de la que realmente tenía, se disculpó diciendo que esto no pasaba antes cuando en ese centro se partía más formación técnica. Fue la prera en la frente que, aunque no era su intención, ni mucho menos, dejó los suelos el discurso del director, que acababa de hablar, sobre las bondades de la educación en ese centro escolar.

 

Y digo que a veces es un castigo dedicarme a enseñar a la gente a hablar en público o ayudar a mejorar la comunicación verbal y no verbal que me da la presión de que el único que se dio cuenta de ese error, sin mayor trascendencia, fui yo. No que sea más listo que el resto, sino que, deformación profesional, siempre me fijo en esas cosas. Igual que me fijé que la comunicación verbal y no verbal en el debate de hace unos días en RTVE entre Arias Cañete y Valenciano. Pero no voy a escribir sobre eso, que muchos tertulianos se habrán ‘jartao’ de comentarlo.

 

En esa ceremonia de graduación también me fijé en los chavales, algunos de los cuales tuvieron que acercarse al estrado para decir unas palabras. Lo cierto es que la diferencia entre nuestros estudiantes y los estadounidenses es abismal, brutal. Los nuestros no saben hablar en público no que sean tontos, que no lo son, sino que el sistema educativo no se preocupa de prepararles para ello.

 

En Estados Unidos, sin embargo, a los ocho años ya están haciendo exposiciones ante sus compañeros. Luego nos quejamos de que tengan más éxito que nosotros.

 

Una de las chicas que habló, muy mona ella, parecía más preocupada lo guapa que iba, que lo iba, que lo que estaba contando y, sobre todo, cómo lo estaba contando.

 

Bueno, en realidad contar, lo que se dice contar, no contaba nada que lo estaba leyendo. Y se notaba que lo leía. Por supuesto que la gente se da cuenta cuanto otro está leyendo un discurso si no es un experto, que no solemos serlo, que le quitamos toda la fuerza a nuestras palabras, que suenan vacías. Eso le pasaba a la chica, y a otros chavales que intervinieron. Se centraron en el papel, litándose a leer lo escrito. No se dieron cuenta de lo difícil que es leer un papel al aire libre cuando corre un poco de viento.

 

Difícil que se mueve mucho y nos confundos de renglón, y eso se nota. Y también, que al moverse el papel, si es un poco grande, un folio, ejemplo, da la presión de que estamos nerviosos.

 

Esa misma presión trasmitió alguno de los candidatos que hace unos días protagonizaron un debate televisión. ¿Sabes quién fue?

 

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