OPINIÓN: Kiko Matamoros: un fardo cayendo en el vacío de su interior

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“Las arrugas del espíritu nos hacen más viejos que las de la cara”. (Michel de Montaigne)

Confieso que aun habiendo deseado juzgar severamente a este ser que come de y vive a expensas de su propia mierda, y, a pesar de que siempre he tenido la seguridad que poca gente merecía tanto una condena moral como este enfermo; resulta imposible sentenciarlo. Ya que, al menos para mí, ha pasado en muy poco tiempo de resultar odioso a risible, y, de ahí, a ser digno de toda compasión.

Porque aun teniendo en cuenta que en esta vida nadie es en realidad lo que parece, si existe una personalidad diametralmente opuesta a la del hombre justo y sin tacha que deseaba interpretar, si hay alguien que vive en una permanente mascarada donde la realidad nada tiene que ver con las apariencias; ese es Mortadelo. Y que Dios me confunda si es que este pobre desgraciado, en la prístina aceptación de la palabra, conoce que hay que estar dotado de cierta coherencia y memoria sobrenatural para pretender sostener a largo plazo un papel que no es el tuyo.

Ha bastado la declaración de un hijo harto de la farsa aportando un testimonio, que casi ha conformado un documental familiar donde no han faltado truculencias y la lista de crueldades propias de un maltratador, más un par de semanas en el plató sin la amenazante presencia de este matamoros, para que, sus “compañeros” de cruel profesión, hayan retratado el desnudo metafórico -en la realidad no necesitó para el ridículo del Interviú otra ayuda que la de su obscenidad- de un farsante decadente. Aunque también hay que resaltar que los “linces” han tardado en darse cuenta que estaban siendo utilizados con el arma de la manipulación en beneficio de las razones de bolsillo de un elemento que, abusando de su inocencia, su estupidez, su falta de profesionalidad y, por qué no decirlo, de su absoluta ausencia de escrúpulos, durante años los ha manejado a su antojo hasta llevarlos a la bajeza de participar en la calumnia, la difamación y el vilipendio de cuantas personas su mente menguada ha considerado enemigos o contrarios a sus intereses.

Pero es, tanto en el disparate de su vigorexia, como en el desvarío de su adicción por las operaciones estéticas, donde el infeliz proclama el veredicto de su propio juicio; la prueba de la paupérrima opinión que de sí mismo merece quien se conoce mejor que nadie. Una consideración tan ínfima que le ha llevado por nueve veces a ponerse en manos de un “carnicero” que lo ha destrozado completamente el rostro hasta conseguir la monstruosidad del adefesio a lo que hay que sumar la consecuencia de una rinoplastia que lo ha condenado a la anomalía de una marcada gangosidad. Creo que alguien debería haber advertido al adicto que los cirujanos decentes se niegan a operar pacientes reincidentes por la pobre imagen que los “yonkis” del bisturí tienen de sí mismos; percepción que, para colmo, está basada únicamente en su aspecto físico, pues todos los adictos a la cirugía estética esconden complejos y trastornos psicológicos que deben ser tratados pues son los motores que impulsan sus conductas.
Y es que resulta peripatético y mueve a la lástima un viejo tonto para el que todo es forma y superficialidad, un ser que padece un evidente trastorno narcisista de la personalidad; de ahí esa obligación excesiva de admiración y afirmación que le conducen a la extravagancia de vivir en una casa de parvenu que es un castillo en el aire que queda muy por encima de sus posibilidades. Pero aún hay más para la clemencia, porque estos desórdenes propios del narcisismo originan que se vea severamente comprometida la habilidad para tener una vida feliz o bella al manifestarse rasgos como egoísmo agudo y desconsideración hacia las necesidades y sentimientos ajenos.

Esta visión de Mortadelo resultaría absolutamente corta e injusta si obviamos los efectos cerebrales que una hipoxia fetal que -tal y como me contó un abatido y avergonzado primo hermano suyo se lo cuento- ocasionó lesiones de carácter irreversible en su hipotálamo. Algo que según la ciencia, es causa de un desajuste que deriva en un carácter violento y da origen a personalidades psicopáticas. Sabiendo que el hipotálamo es el regulador del sistema hormonal y de las emociones, resulta de cajón que su demostrada ausencia de empatía debe su causa y sus efectos a tan desgraciado accidente.

Y qué decir del drama que significa permanecer al lado de una mujer adúltera cuya organización mental únicamente parece estar dispuesta para la provocación casquivana y la infidelidad. Una consentida, tan frívola como él, que tras protagonizar una estrepitosa infidelidad televisada, no encontró mejor ocurrencia para facturar que declararle públicamente su amor al consentidor mientras haciendo carantoñas al objeto de su solicitud, él la contemplaba emocionado como cazador que mira a su presa y prometía su confianza en ella. Ya me dirán si no hay que tener un corazón de hielo para que no te infundan sentimientos de piedad y conmiseración estos dos tontuelos.
Creo que todas nuestras oraciones y nuestra compasión le vendrían de molde a este hombre, tan averiado de serie, que se hace imposible calcularlo de carne y hueso.

Antonio de La Española

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