Monsieur Benzema: más allá del bien y del mal

Publicidad

“En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven”. (Nicolás Maquiavelo)

Marlon Brando reflexionando sobre su rabia en el fantástico documental “Listen to Me Marlon” afirma: “Tenemos la antigua creencia del mito de bien y del mal, no creo en ninguno de ellos”. A continuación, se pregunta sobre la naturaleza del delito, y, sentencia en una elemental idea sobre el determinismo social: “Si hubiera crecido en el ambiente de los gánsteres sería como ellos”.

Al acecho de alguien a quien extorsionar, Karim Zenati es un delincuente de poca monta que creció en un suburbio de Lyon juntó a su amigo del alma Karim Benzema, uno de los mejores y más originales jugadores que ha dado el fútbol en todas sus épocas. El primero es un inadaptado que es prototipo del fracaso social de la inmigración argelina y el segundo es otro inadaptado que, precisamente, por ser un triunfador ilumina mejor que nadie las deficiencias de la política de integración y de los planes de renovación de los barrios sensibles o guetos musulmanes en Europa.

En una comunidad instalada en la manera de ser y vivir como delincuentes, el precio que debe la lealtad a los amigos de la infancia, es tanto más grande cuanto mayor sea la magnitud de la prosperidad alcanzada por “uno de los nuestros” y cuanto mayor sea la frustración y la infelicidad de quienes la solicitan. Esa factura es la que paga quien quiere dejarse arrastrar por su cultura, el precio que Karim Benzema paga cada vez que algún amigo suyo o de su familia -gente que a pesar de los ingresos millonarios del futbolista continúa habitando en un suburbio donde no hay ninguna inclinación por el reconocimiento de las formas establecidas- le suplica ayuda económica o el deseo de su colaboración en cualquier asunto independientemente de su naturaleza.

Todo consecuencia del profundo arraigo de quien no desea huir de sí mismo, el del que vive abrazado a una moral tan distanciada del tiempo actual y que constituye algo así como su misma naturaleza, algo que le mueve a obrar aun en el caso de que sus actos conlleven la complicación innecesaria de su existencia. Benzema, seguramente porque en él habita un sustrato sentimental, no quiere renunciar a sus orígenes y eso es algo que manifiesta cuando se reivindica argelino habiendo nacido en Francia y se muestra en esa permanente melancolía propia del desarraigo y de su evidente inadaptación a otra vida que no sea la de los abismos. Su comportamiento obedece a un sentimiento y una obligación que anidan en su corazón: el cumplimiento de una ley que está por encima de todas las leyes: la ley de la calle.

Conviene recordar que la presunción de inocencia sólo es aplicable a los tribunales y no a la ciudadanía (prensa incluida) que en su libertad de opinar opina desde su rígida moral burguesa y lo hace indiferente a cualquier modo de justicia que no sea la de sus prejuicios. Como consecuencia de esta práctica se está creando ese clima social de condena que influye siempre de modo irreparable en la imagen del acusado, y, de forma determinante en la opinión del juez que acabará por dictar sentencia; una resolución que vendrá contaminada por la opinión pública y, por tanto, resultará sin garantía alguna de imparcialidad. Creo con absoluta seguridad que Benzema será condenado.

Por contra, y cerrando las puertas al maniqueísmo al que obedece el juicio paralelo, aplicando la sinceridad de Marlon Brando, se podría formular con simplicidad la inocencia de quien acepta la responsabilidad de asumir su cultura cuando todas las condiciones están dadas para ser carne de cañón: ¿quién puede ser declarado culpable cuando atendiendo a su propia convicción cumple con la deuda inexcusable que la lealtad a la amistad exige? Sinceramente no creo que ninguno de los implicados merezca un rigor excesivo a la hora de ser juzgado: son el producto de una sociedad de clases arbitrarias, de su segregación y de su discriminación.

En conjunto esta turbia historia se trata de dos seres elementales, dos tocomochistas, que creyeron encontrar la víctima propiciatoria en un hombre atrapado en la dulzura del pecado, sin tener en cuenta que Mathieu Valbuena, sin ser musulmán, podía estar dispuesto a inmolarse y preferir pagar la factura de su adulterio a una esposa que, convertida en el cobrador del frac, ha colgado en su cuenta de Instagram un documento mercantil de importe muy superior: “La felicidad no consiste en tener lo que deseamos, sino en apreciar lo que tenemos”.

Antonio de La Española

Publicidad
Publicidad
Salir de la versión móvil