El día de la marmota

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“Todo poder excesivo dura poco.” (Séneca)

Cuando Mariano Rajoy salió al balcón todo hacía presagiar que estábamos viviendo una situación de riesgo para el centenar de grupis que presa de un optimismo inexplicable, como si les hubieran prohibido pensar, elevaban al aire el grito de ¡campeones, campeones! Por un momento pensamos que el máximo responsable de la debacle histórica de la derecha miraría a los ojos de su esposa y, tras un apretado abrazo, recorriendo el vacío que rezaba “España en serio”, convertiría en catanas los palos que hacían volar gaviotas de trapo al compás lolailo de Manolo Escobar. Y allí mismo, a las puertas del edificio remozado en B de batacazo, se certificaría su muerte política. Quizá así le hubiera cambiado el rostro a Esperanza Aguirre que protagonizó la conmovedora escena de mostrar su indisimulada desolación en aquel escenario de teatro de fantoches que era puro alboroto y alegría. Vamos, ni un funeral en New Orleans.

Muy por encima de cualquier otro detalle, llama la atención el estado inexistente de la soberanía individual del presidente en funciones, ese territorio donde habita la dignidad de cada cual, que le mantiene en la terquedad de no presentar su dimisión. ¿Dónde se ha dejado olvidados todos esos valores de los que presume con grandes palabras? Rajoy, que con su postura rezuma insolidaridad hacia su patria mientras se llena la boca de Españas, no entiende que la grandeza de un político derrotado se adquiere rompiendo los límites del apego al cargo. Está liquidado pero se niega a admitirlo. Es un irreflexivo y un egoísta que suplicante va cambalacheando a la desesperada, mientras hace oídos sordos al rechazo explícito que su persona produce en una sociedad frustrada tras cuatro años de gobierno de “España en broma” demostrando que le trae sin cuidado sumir al país en una parálisis institucional.

También se ha convertido en el problema fundamental del PP. Fascinado por el poder hasta el éxtasis, cuando habla del PP lo hace en primera persona, es como si fuera dueño del partido, habla en nombre de su yo y aparenta sufrir un desdoblamiento de la personalidad. Ha retrasado, por ahora, un año la celebración del Congreso y, como si no hubiera ocurrido nada, se mantiene en la idea fija de la reelección como presidente y se licencia la broma de advertir que será un congreso “abierto” como siempre. En estas condiciones sólo una acción de Dios puede impedir que no acabe con el PP.

Le queda por delante el ridículo de intentar proclamarse presidente sabiendo que, ni en el mejor de los sueños, se puede gobernar con 123 escaños en un parlamento con 350 poltronas. Cada minuto que pasa está más cerca de abocarnos a unas nuevas elecciones que terminen por llevarnos a vivir el día de la marmota. Pero no creo que eso le quite el sueño a quien, con tal de restar votos a los socialistas, se ha encargado de poner una cadena de televisión al servicio de Podemos y de ese líder desastrado que es, a todas luces, un taimado y un fanático de merma espiritual evidente. Si España le importara un poco daría un paso a un lado para procurar la formación de un Gobierno de consenso. Se necesita, de urgencia, una presidencia independiente que garantice la unidad de España y que sea capaz de hacer posible las reformas imprescindibles para la regeneración política.

¡Feliz, feliz Navidad!

Antonio de La Española

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