El 15-M, la Malquerida y el sexo de reconciliación

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“Perdonar supone siempre un poco de olvido, un poco de desprecio y un mucho de comodidad.” (Jacinto Benavente)

Han transcurrido cinco años desde que un movimiento de ciudadanos, que pretendían no ser mercancía de banqueros y políticos, se desmarcó de la vieja izquierda por entender que este anacronismo no servía para canalizar la expresión de las inquietudes sociales y políticas de los parias de la Tierra. Aquella gente que catalizó un malestar generalizado elevó su voz haciéndose oír para dejar claro que no se sentían representados por la clase política.

Apagado el fuego de campamento y desmontadas las tiendas, se procedió, con la creación de Podemos, a dividir un incómodo movimiento que presumía de su desprecio por el poder político. Así, de forma tan burda, se encerró la mayoría de aquellos indignados en el redil de lo que ellos habían denominado “democracia imaginaria”. Posteriormente se pusieron algunos medios de comunicación de marcada ideología conservadora al servicio de la causa para tratar de dar el tiro de gracia a la socialdemocracia. Hoy, aquel proyecto de cambio de conciencia social ha quedado reducido a la nada al ser aniquilado por elementos que fueron activistas del mismo y, ahora, integrados en el sistema, son parte fundamental de todo aquello que denunciaban.

En el quinto aniversario de la “spanish revolution” Alberto Garzón, el político que compra más caro y se vende más barato, se ha proclamado parte de aquel redescubrimiento del ágora ciudadano y, con total tranquilidad, ha llegado a manifestar que cinco años más tarde están listos para gobernar. Tal cual.

Tampoco puede resultar muy sorprendente la distorsión interesada que de su trayectoria pueda hacer un personaje de ese reciente triángulo amoroso que parece una innovadora versión de La Malquerida: una relación enfermiza mantenida por la doble moral del buhonero de Vallecas que comenzó casándose con el sistema y, después, intentando crear una cortina de confusión, despreció vehemente a Izquierda Unida tratando de ocultar su verdadero amor que no es otro que el comunismo más rancio. Está claro que las descalificaciones que dedicó a los rojos apenas hace unos meses: “Cuécete en tu salsa llena de estrellas rojas y de cosas, pero no te acerques, porque sois precisamente vosotros los responsables de que en este país no cambie nada”, su acertado retrato de Cayo Lara -a quien mostró toda su aversión perfilándole como el típico izquierdista tristón, aburrido y amargado que vivía instalado en el pesimismo existencial- y su aviso a los dirigentes de IU -apestados de los que llegó a decir no quiero ni que se acerquen a nosotros- era una máscara de hostilidad. Exactamente igual que en la obra de Jacinto Benavente.

El “make up sex” que dicen los americanos, es la práctica de echar un polvo inmediatamente después de una discusión de pareja como medio para reconciliarse. Es lo que en España conocemos como sexo de reconciliación; la forma de interpretar la pasión que encuentran algunas parejas de anormales que evitan arreglar sus diferencias de manera adulta. Este desvío crea un abismo en la comunicación y la pareja entra en una dinámica tóxica donde se acaba provocando una interacción de violencia para lograr tener relaciones sexuales satisfactorias. Siempre, uno de los dos, generalmente el mismo, acaba lastimado, o, en un ejercicio de entrega y pasividad termina colocado en el humillante número 5 de la lista por muy revolucionario que pretenda haber sido.

¡Salud, camaradas!

Antonio de La Española.

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