Una tarde en las carreras

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Según el último sondeo del CIS la ausencia de Gobierno “comienza” a preocupar a la ciudadanía. ¡Bien por la ciudadanía! Pero vamos, que los encuestados son parte de la misma inteligencia que votó hace un par de meses para que nada cambiara. La misma sabiduría que según confirma la averiguación sociológica volvería a reincidir en caso de nuevas elecciones que, por el momento, nadie descarta. Por tanto, retiro lo dicho y pienso no tan bien por la ciudadanía.

Así y visto desde fuera, parece que una vez emancipados todos de la inteligencia, estamos ante una pesadilla surrealista que esquemática y básicamente nos sitúa en un hipódromo de cartón piedra para presenciar un turf de burros montados por asnos. Una carrera de obstáculos que los mismos jockeys han diseñado para el entretenimiento de una afición de divertidos votantes que son un catálogo completo de economía del pensamiento. ¡Que divertido!

Listos para la salida (o mejor sería decir tontos) llevan burros y asnos nada más, y nada menos, que ocho meses encajonados en sus mismas posiciones. El jockey (sedas azul tristón) que monta un burro blanco con el dorsal 1 de nombre Gavioto es el favorito en las apuestas. El asno es un despótico autómata que lleva 9 meses, todo un embarazoso embarazo, insultando y faltando al respeto al jockey (sedas naranjas) que monta un bayo con el dorsal 4 de nombre Burro. El chico es un neófito jinete cuya colaboración resultaría imprescindible para que Gavioto ganara la meta y pudiera llevarse el premio en metálico y en B de bestia. ¿Cabe más surrealismo? Pue sí, el muchachote de naranja todavía no se ha enterado, quizá porque mira sin ver, que en lugar de trotar un burro está sentado en un caballito balancín de madera, y ahí está, mece que te mece, sin dirigirse a ninguna parte mientras asegura estar trabajando para el bien común con el objetivo de alcanzar la investidura de su insultador. Con el dorsal 2 (sedas rojas sobre camisa de fuerza) y montando a Trincón, un animal rojo que es más antiguo que el fuego, está el asno campeón mundial de la arrancada de caballo y parada de asno. No se entera de nada y está orientado en sentido contrario al de la carrera, en idéntico sentido a su propio pensamiento, es decir; contra el sentido común. El burro que se pega unas escalofriantes dentelladas así mismo ya se ha devorado la mano delantera izquierda y asoma las vísceras. Pero al jockey le da todo igual él pica espuelas sin avanzar un centímetro al tiempo que sostiene estar haciendo historia, y, por dios que a los locos no podemos negarles la razón. Y ya para colmo de atrocidades y despidiendo por su aliento las cenizas del FRAP, con el dorsal 3 (sedas moradas) un buhonero con trazas de buhonero monta a Belcebú que, pásmense del susto, es un híbrido negro de burro negro y cabra comunista, tan negra como su futuro, que baila al son de la trompeta de la Gran Logia de España. Hace diez meses el jockey se iba a comer el mundo tomando el cielo por asalto. Pero ya no cuenta para nada. Es una melancólica fantasmagoría desprovista de fundamento, una inexistencia incapaz de superar el obstáculo de su arrogancia de don nadie venido a más. Llegó a creerse John Snow por haberse follado una bruja y no pasa de ser el charco que dejan los seis cubitos de hielo de un Long John.

En la Grecia Antigua, se inmolaba al caballo ganador en honor a Marte. Aquí deberíamos inmolar a los cuatro jinetes en honor a Minerva diosa de la sabiduría. No lo queremos ver pero sin duda son ellos. Son los cuatro jinetes del Apocalipsis: la guerra, la peste, el hambre y la muerte. Son el Anticristo, son la crisis económica que no acaba nunca, la penuria, el desahucio, la desnutrición, las enfermedades y la muerte de toda una nación que observa la carrera con los binoculares al revés sin haberse percatado que, en el fondo, asnos entre asnos y burros entre burros resultan indiferenciables.

Pues eso… ¡Hagan sus apuestas!

¡Suerte!
Antonio de La Española.

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