Basta un paseo rápido por las principales webs de noticias para darse cuenta de que, en un tiempo más cercano de lo que parece, nos lamentaremos amargamente de haber permitido a los confidenciales convertirse en lo que son ahora –con pocas pero honrosas excepciones-: auténticos vertederos de información basura, motivada mucho más por los intereses del editor que, desde luego, los del lector.
Las grandes compañías son, paradójicamente, muy vulnerables a estas publicaciones digitales sin coto ni control. Aunque el medio sea insignificante, un titular lo suficientemente escabroso con el nombre de una empresa del Ibex como sujeto, se convierte por arte de la viralidad en una noticia. Una noticia forzada y torturada, cuando no directamente falsa. Una noticia que, si nadie la para, puede llegar al informativo.
El formato siempre es el mismo: el sujeto es “La empresa Tal” o “El presidente de Cual”. Cuanto más grande y estratégica, mejor. Luego el verbo, que suele ser una cosa confusa y difusa con muchos condicionales y subjuntivos “podría llegar a”, “estaría al borde de”, “a punto de comenzar a”, y luego ya, perdidas en el texto, la fuente o fuentes, que siempre es “del mercado”, “del sector”, o directamente un analista/agencia/experto/conocedor del asunto a que no conoce ni su familia.
En los últimos días arrecian las informaciones, en cabeceras como OK Diario, Voz Populi o Intereconomía, que claramente toman el rábano por las hojas, como se suele decir, y re-interpretan informes ya publicados, sacan de contexto una frase suelta de los resultados anuales, o echan mano de analistas desconocidos para crear problemas a empresas importantes. Mientras que otras, qué raro, salen muy bien paradas y encuentran eco y respaldo informativo a sus últimos lanzamientos.
Y en el fondo, ¿qué ocurre? Que el medio en cuestión le ha pasado la minuta a la empresa en cuestión y no ha tenido suerte. Sí, suena a extorsión, y es extorsión. El impuesto revolucionario de la información, el chantaje, directamente infligido a las compañías, sobre todo por algunos medios digitales, cuya supervivencia y viabilidad depende en un mil por cien de las empresas a las que chantajean.
Usted y yo, los lectores más o menos avisados, podemos llegar fácilmente a esa conclusión, y por tanto, no dejar que las noticias inspiradas por la ira o la revancha nos traspasen de la primera capa cerebral, pero por desgracia esa información será leída por mucha otra gente que desconoce, naturalmente, cómo funciona por dentro este mundo.
Y esa gente pueden ser, son, clientes de esa eléctrica, o de esa petrolera, o de ese banco o de esa teleco. A lo peor, también accionistas. Y queda la duda, y se siembra la inquietud: ¿estarán tan mal como dice aquí? ¿No será mejor deshacerse de esas acciones?
Alguien debería cortar de raíz esta escalada absurda hacia la desinformación y la mentira. Cuánto mejor para todos sería tener la mitad, la tercera parte de los medios que tenemos, pero a cambio, poder fiarse de lo que publiquen.